Si el auténtico realismo no estuviera divorciado de los sueños, diríamos que José Luis Garci conjuga realidad y técnica de manera indivisible. La temática plasmada en los filmes de este director es absolutamente humana, precisamente por la naturalidad de su narrativa audiovisual, por el arte de crear escenas únicas fruto de una meditada planificación.
Temas como la amistad, el valor, la admiración, la vida y la muerte, la alegría y la tristeza, la familia, la superación…componen una extensa tela que siempre aparece teñida por la importancia del amor. Para comprender la lentitud de sus películas y la pureza de sus encuadres, para afirmar que lo que vemos es la luz de la poesía y no focos que iluminan, para percibir la naturalidad de los personajes y no mirarlos como cumplidos actores…Para poder hacer todo eso y mucho más, tienes que sentir su Cine, un cine insignificante si prescindiera de la mejor temática: la vida misma.
Decidir cuál es el plano de encuadre correcto en cada una de las escenas del film, supone una respuesta a la necesidad de transmitir un mensaje que recaiga en la expresión. Para seleccionar tamaño y duración de plano debemos hacer referencia inmediata al movimiento que requiere la acción, a los diálogos y en definitiva a que el espectador reciba una relación de elementos concretos. Estas ideas que pueden resultar palabrería nos llevan ni más ni menos que al centro de nuestro análisis. Pues las películas de Garci son un grito a los instantes, a la magia que posee un solo instante en la vida. Los diálogos coinciden de forma plena con el desarrollo de cada historia, es por eso que destaca en casi toda su filmografía la gran llave maestra que abre los planos secuencia. Estos, a menudo barnizados con un plano medio -enlazado siempre con el primer plano- hacen de estos momentos un espacio inigualable para la narración. Si la bella Julia y el maestro Orfeo no hubiesen hablado esos ocho o nueve minutos en aquel Café, jamás habríamos aprendido que un encuadre habla desde el espíritu y no siempre desde la técnica, desde la razón. Un diálogo que desaparece para ser solamente una conversación recogida por la luz de una ventana, por la lluvia, por el humo de un apagado cigarrillo, por dos miradas que se enamoran pero que no se aman. La información que transmite una determinada escena o en este caso secuencia, no es más que el resultado de la grata elección del plano. Sin ese plano medio largo, jamás habríamos sabido que hay manos que se encuentran y que hay alientos que ahogan.
De nada sirve un homenaje a la teoría de los gruesos manuales afirmando la función de cada tipo de plano. Nos inclinaremos mejor por las cuestiones puntuales que serán las que vayan uniendo los hilos y nos dirijan hacia el estilo del director. Son muy importantes los planos generales que nos apuntan los ambientes y los escenarios, ya que los que de verdad conseguirán rebelarnos la esencia de cada espacio, serán los personajes. Es por eso que abundan los planos medios, tanto largos como cortos, concretando encuadres que nos dan a conocer la clave de cada persona-personaje que aparece en pantalla. Destacando además los primeros planos, esos que introducen la escena siguiente, esos que recuerdan un pasado pasajero. Importantísimas son las miradas, los ojos que reflejan el alma,…miradas que contestan a José Luis Garci.
El truco de su cine es la paz reinante en cada uno de los largometrajes. El equipo técnico cumple penitencia por culpa de un acelerado corazón, y respira profundamente apoyándose en lo estático, en lo quieto. Descarta los excesivos movimientos de cámara y acentúa la pulcritud de sus planos con la parsimonia del momento. Garci no tiene problemas en afirmar que solamente una vez contrató una grúa. Ésta durmió durante meses y se utilizó una vez en Historia de un beso, en un minuto de necesidad estética y que tampoco produjo una satisfacción importante al director. Quien le conoce, sabe que para él aquello fue, es y será un error, aunque no descarto posibles equivocaciones.
Una de las características más admirables del director es el atractivo que presentan la mayoría de las escenas. Su cine, alimentado siempre con las mismas ideas, jamás recae en la monotonía, afirmando que nos encontramos ante una composición estimulante y expresiva. La composición nace de la limpieza de las formas, de los encuadres puramente significativos, y de una exposición basada siempre en la nitidez de los escenarios. La estabilidad provoca una aireada provocación de sus filmes, precisamente al predominar un clasicismo exagerado capaz de generar el silencio que amamanta nuestra atención. Contemplamos por tanto un estilo sustentado por un equilibrio estático alejado de los vértices de la transformación, el movimiento o la inestabilidad. Los elementos relucen en la pantalla generando un mundo uniforme, sin tensión, en busca de la simetría, en ocasiones acentuada. Un insulto al dinamismo ya que en ocasiones la imagen se enamora de la pesadez pero al más puro estilo picaflor. Las películas distan de la notable variedad y de la libertad rítmica, centrándose por completo a lo que está encerrado en el corazón. La sencillez hace de Garci un verdadero cazador de mariposas, un genio de la composición siempre fiel a la concreción de todos aquellos puntos que lloran de interés. La perfecta relación de luces y sombras, de colores y tonos, consigue una exquisita finalidad expresiva creando así imágenes de gran realismo, imágenes que a menudo son fotografías de la realidad. Un factor determinante para su línea estilística es la capacidad de dotar a la escena de una tremenda carga emotiva sin hacer uso de complejas estructuras, si no más bien confiando en la suavidad y en la uniformidad, creyendo por siempre en la tranquilidad que añora el ser humano. Un cine que se digiere sanamente reposando en la quietud, la calma y la seguridad de sus encuadres, un cine que se sostiene por la confianza y la firmeza de una importante labor previa.
Hacemos una parada en la ciudad de la sugerencia, en la magia de los nuevos espacios, de la presentación indirecta, del extremo de la narrativa audiovisual: el fuera de campo. Lo más común en Garci es encontrarlo casi todo en campo, es decir, en el espacio encuadrado. Esto no quiere decir que lo más importante es lo que contemplan nuestros ojos, o lo que escuchan nuestros oídos, ya que a menudo el espectador, con una pizca de recurrencia, aliña los más verdaderos momentos. Los desplazamientos de los personajes y las salidas de cuadro componen en sus filmes ese espacio sugerente, pero que en nuestro caso no es más que una herramienta más del director. Pero como ya bien sabemos, José Luis Garci es un hombre de miradas y en multitud de ocasiones apuesta por personajes, que atrapados en el monólogo del vivir, miran hacia quien le escucha cuando en realidad se dirigen a ellos mismos. Estaríamos ante un acertado fuera de campo fundamentalmente de miradas que salen y entran, que salen y entran…miradas que además mueren en la viveza de la quietud. Una cámara que se asienta con fuerza, sobre todo en lo que a primeros planos se refiere, sin olvidar por su puesto el plano preferido por el director: el plano medio. Teniendo en cuenta que estamos ante un cine que se amolda a la realidad, rechazaremos el fuera de campo como herramienta manipuladora, decantándonos por un tinte creativo, sugerente y adaptado a la precisión del instante. En nuestro caso el fuera de campo actúa como un complemento de la sensaciones, rellenando así huecos alterados por lo evidente, todo ello sin la necesidad de enseñar lo absoluto en las imágenes. Se entierra así lo evidente creando situaciones en el espectador, y los mensajes emitidos casarán siempre con un fuera de campo concreto.
Atendiendo a un cine relajado y sin prisas se suele optar por una transición rítmica suave en donde la yuxtaposición de las imágenes y escenas responde a la naturalidad. Se dejan a un lado los cortes en seco o bruscos escogiendo la fusión de las partes a través de los precarios encadenados. Estos consiguen un resultado increíblemente bello y teatral, primando un desvanecimiento que enamora a partir de una primera imagen unida a una segunda. Es común el paso de un mismo personaje a otra situación o estado temporal, incidiendo en los pasos del tiempo. La velocidad del encadenado habita en el miedo a la aceleración y muestra los escenarios o momentos en su totalidad. El empleo de este recurso resulta a menudo abusivo aunque lo consideramos ya como un elemento fiel al director, una especie de retrato al telón teatral. La transición aparecerá así suavizada y matizada por cortes limpios y poco notables. Otro elemento bastante utilizado es el fundido, éste cumple con la función principal de separar temporalmente los capítulos o partes de la historia. La desaparición gradual a negro aparece como uno de los recursos más típicos a la hora de separar escenas o secuencias, normalmente cuando quiere indicar el final de un conflicto o de un momento concreto en el tiempo o en el espacio. Existen elementos que concuerdan con la sencillez del director a la hora de comenzar secuencias o acabarlas. La nieve, la lluvia, la niebla, el mar…componen un pequeño mundo en el interior de Garci, éste abre puertas y las cierra con el uso de estos recursos. No nos olvidamos de los famosos planos recurso emparejados con la plaza del pueblo, el patio del colegio, la naturaleza, el hogar, la estación…o como no…con la respuesta de los paisajes montañosos. El coche aparece como un factor decisivo para marcar tanto lo que viene como lo que se va, ya sea en su cine más rural, o en los espacios más urbanos. La resonancia de los espacios más bellos construye un cable conductor a la continuidad y a la transición de las películas, siendo estos el retrato de una reiteración. Nunca sentirás la monotonía audiovisual si entiendes que los intervalos de en la vida cotidiana están basados en la rutina, una rutina que se presenta al espectador como añorada o agradable.
La puesta en escena tiene como ahijados la decoración, la luz, el color, la iluminación, el vestuario, el maquillaje y la interpretación de los actores. Garci adopta una postura concretada en la sencillez pero cuyo resultado respira sublimación, tratando de tomar una posición que aparezca relacionada con el realismo. La esencia reside en el don para crear nuevos espacios acicalados con la magia y la imaginación, obteniendo en contraposición escenarios de la vida misma, de lo que un día fue el mundo para el alma humana. Sus escenarios, por el hecho de ser la copia de una concepción clásica, deberían pasar desapercibidos para el espectador, pero no ocurre así, si no más bien todo lo contrario. Garci nos ofrece dosificadamente lo que queremos ver, que es precisamente lo que algunos nunca vimos físicamente pero sí teníamos en el corazón. Estamos por tanto ante una espontaneidad de los lugares caracterizada por la creación de una puesta en escena fiel a su concepción de la vida. No podemos entender la ambientación de sus películas sin tener en cuenta la importancia de un pasado, no podemos contemplar la Iglesia, el bar o el colegio…sin saber…que un día…todo ello fue único. Sin la necesidad de componer un cine complejo, tenemos la oportunidad de reflexionar de forma abismal sobre el mundo que se nos plantea. Garci nace con un solo deseo, y es que disfrutemos desde el corazón a través de sus películas, a través de sus espacios. La luz maravillosa, el color pintado de recuerdo o la decoración hacen de este director un acierto para acortar las distancias, es así como se deja huella en las personas, con todas esas pequeñas cosas que caracterizaban a los pueblos, o las ciudades sin complejos de cangrejo. La atmósfera aparece como una pícara celestina entre los elementos narrativos y la expresividad de las imágenes. Nos relacionamos así con un genio de la creación de ambientes que recae en el nombre de Gil Parrondo, un creador de ambientes absolutamente fieles a lo anterior y orgullosos de lo posterior.
La correspondencia de los espacios reluce como un requisito primordial respecto a las necesidades de guión y argumento. Los decorados nos ayudan a percibir el interior de los personajes, a entender su mundo interior, a sentir la misma inquietud o comodidad que todas esas grandes historias. El director artístico atiende a las exigencias de su guía y se opta por escenarios con decorados interiores y como no, por exteriores que sin Gijón nunca serían del cine de Garci. Un lugar cuyo encanto y sencillez hicieron que el director se enamorara de una pequeña pero grande ciudad asturiana. Desde que rodó Volver a empezar nunca ha podido descartar sus espacios, y la estación de tren…supone un espacio vital para su cine. La mayoría de los interiores son decorados en Madrid, aunque alguna vez ha tenido que enfrentarse a momentos complicados como es el caso de El Crack. Un rodaje que flotaba en los ochenta, pero que no por ello se quedó vacío. Sin contar con el mítico permiso pusieron escudos a los numerosos problemas ya que en más de una ocasión la policía se les echó encima. Aparecían en la famosa Quinta Avenida o en el Puente de Brooklin, pero como ya se sabe que la Navidad es tiempo de esperanza y bondad, aprovecharon el despiste de cuatro días para rodar todo lo necesario. Gil Parrondo ha producido en Garci esa enorme tranquilidad que te deja respirar sin jadeos, un ángel de la guarda cuyo mérito ha quedado demostrado con premios y nominaciones. Lo mismo ocurre con la belleza visual descrita por el director como extraordinaria o de gusto exquisito, sería el caso de Julián Mateos en el apartado de ambientación, o de Raúl P. Cubero en el campo de la fotografía. Un mismo ayudante de dirección –mi querido Salvador- y en definitiva un equipo bien engrasado, hacen de este director un genio del Cine. Algunos interiores no han sido decorados si no la mismísima realidad, es el caso de un importante escenario para el director en el arranque de El Crack. La carretera de Valencia dio cita a José Luis Garci para rodar en el típico bar de solitarios de por aquel entonces. La necesidad de un espacio alejado que cuadrase perfectamente con la trama, hizo que encontrase un lugar idóneo y esencial para su estreno en el cine negro. Uno de los decorados más relevantes para el director es el de aquel despacho en Volver a empezar, una escena en donde Ferrandis conversa con Bódalo ni más ni menos que de la llegada de la muerte. Un instante que permanece en su corazón teniendo en cuenta que ambos, ya muertos, formaron parte de una de las secuencias más largas en rodar: doce días formando parte de un decorado excepcional
Gil Parrondo sólo desea hacer cada película lo mejor posible y no va en busca de los premios, el reto que le planteó Garci para Tiovivo lo calificó de realmente interesante. Para el film construyó más de veinte decorados, destacando entre estos el maravilloso café de los años 50, un trabajo que para él resultó muy gratificante. Otro admirable ejemplo sería el de Historia de un beso: una reconstrucción milímetro a milímetro de todos los escenarios de You’re the one. Como vemos…la plasmación de la realidad y el resultado reposado en el naturalismo brota de un duro esfuerzo que concuerda con la personalidad de José Luis Garci (representante de un cine absolutamente perfecto). Su equipo logra un cuidado exquisito de cada uno de los detalles, y Parrondo…como buen amante de su sitio –Asturias- se siente como un verdadero profeta de su tierra, lo que hace que entre ambos exista como una especie de unión y hasta de simbiosis. Además de un buen decorador, está la cuestión del presupuesto, un factor importante para hacer creíble la atmósfera. Nos encontramos con un cine alentado por el detallismo, es por eso que los complementos de cada escena dan como resultado la composición de imágenes grandiosas. Hablaríamos por tanto del atrezzo como un elemento visual básico en sus películas, ya que nos referimos a un director amante de la adecuada colocación de cada objeto. Para Garci, un copita de anís, el humo de un cigarrillo, la taza de café, las fotografías, una carta…puede llegar a ser la clave para comprender la acción de la escena.
En cuanto al campo del color…claro como los tiernos corazones, sus filmes son un grito a la calidez en las tonalidades, provocando un acercamiento de los objetos al espectador. Se caracteriza por un color capaz de acariciar, un color que nos eleva en lo que a sensaciones se refiere, todo ello en fusión con la temática del instante.
Aunque lo que predominen sean los colores cálidos también somos testigos del alejamiento respecto a los fríos, según la sensación que se quiera transmitir en cada momento. Los personajes más entrañables suelen formar parte de un cromatismo más cercano al espectador, incluso a veces llegando a introducir esa ternura o compasión en escenarios más secos o apagados. Pero no es lo normal, ya que Garci procura plasmar la alegría, la tristeza o el abatimiento de forma muy humana y con perspicacia audiovisual, encerrándolo siempre en una tonalidad tranquilizadora. Para explicar los sentimientos será fundamental el vestuario, los colores blancos, rosas, azules, amarillos…coloreados siempre con la base del pastel, suelen identificarse con la lozanía y la soltura de lo femenino como es en el caso de El abuelo o de Historia de un beso. El negro acapara el vestuario en los instantes de luto interior, generalmente con los personajes más entrados en edad o con aquellos que encierran una gran pena dentro. Tiovivo sería un Madrid teñido de gris que después de muchos lavados nunca termina de desaparecer, aunque su última película la consideremos como una huella de lo que en conjunto significa toda su filmografía.
El Crack aparece como un ejemplo excepcional para el tratamiento de la luz, ya que esta película fue planteada como un reto, como un abismo hacia la percepción del cine negro a través de los decorados. Quiso saber cómo se entendía en este género el color, la ambientación y la iluminación. Para ello presentó dos mundos, el principal era el de la oficina de detectives (oscuro y frio) y el otro era el de ella, el de la pequeña o el de la blancura de un hogar. Nos toca hablar de las Garci-obsesiones en cuanto a luz se refiere. En este último ejemplo destacaríamos la aparición continua del flexo que mediante una distribución inteligente de la luz logra un espacio único en este tipo de cine. En el resto de sus películas hacemos hincapié en las numerosísimas lámparas que coronan la parte superior central de cada escena en interiores. Lámparas lujosas y vistosas en contraste con una huérfana bombilla en esa oscura cocina cuyas paredes son testigo de las más profundas conversaciones. En lo que a iluminación se refiere, el director apuesta por las comparaciones, mostrando así la oposición de las clases sociales, de las personas, de los ambientes. La magia de este tema en Garci reside en la uniformidad a la hora de repartir la luz en amplios espacios, y en el impacto visual atractivo cuando la imagen se centra en pequeños escenarios y en rostros de personajes. Podríamos calificar la iluminación en función de la coherencia como un campo abonado con el realismo, marcando escenas que viven en consonancia con la ambientación. En definitiva, nos referimos a una luz completamente natural, apartada de la ficción y la fantasía en lo que a efectos se refiere. Su equipo técnico se concentra siempre en la adecuación de la hora del día, la estación del año, las condiciones climatológicas o los requisitos que requiera cada escenario según el gusto del director. Se procura realzar siempre los rostros y que el espectador centre la atención en los personajes, en sus maneras, en la luz de su mirada
en vez de la de los focos.
Durante el proceso de creación de la atmósfera, será primordial la elección del mejor vestuario que dé credibilidad a la historia. Este elemento aparece íntimamente relacionado con la época, la clase social de los personajes, su estilo y los rasgos culturales. Hemos de tener en cuenta que Garci es un verdadero amante de lo ‘de entonces’, no del pasado, sino de lo que en su día fue único y verdadero. La alegría de los años veinte, el encanto de los cuarenta, la profundidad de los cincuenta…es un aliento a los instantes más bellos, a las épocas más humanas, a los lugares de ensueño que tan pronto encerraban el silencio como brillaban por glamour y alegría del momento. You’re the one, El abuelo, Tiovivo y sobre todo Historia de un beso componen un soneto a la moda de los secretos. Las ondas de sus preciados cabellos, la chaquetita recuerdo de una Lolita Rebecca, los duros maquillajes de la farándula, del divertimento, enfadados con la sencillez de los rostros más tiernos y claros, y suaves, y tristes…La oportunidad de un buen traje, el color rubio que destaca entre el sugerente espacio del blanco y del negro, la sobriedad en las ropas concordando con el énfasis de los pueblos. La pamela, el vestido largo abombado que perfila a la señora-señorita de la ciudad, los delantales de servicio, la inocencia de un niño reflejada a través de su chalequito, sus bermudas o su viejo pero mimado jersey de lana. La elegancia…el susurro a la elegancia estrechamente retratado, las sombras impactando la mirada, un hombre de su tierra, de su casa, que encierra un auténtico galán traducido a veces en corbata. Alicia se introduce en El abuelo viviendo el país de las maravillas de la mano de Nelly, de la mano de Dolly, con unos vestiditos robados de mi cuento preferido. Tiovivo…cien vueltas del empacho de una feria, romería de color, donde lo templado llega a ser protagonista, donde lo ardiente devora las imágenes. La luz…instrumento para los arquetipos personales, mostrando la autenticidad de los rasgos físicos en función de la manera de vestir. Garci consigue la forma natural poniendo de relieve las figuras humanas. Su cine se caracteriza por colocar aquellos fondos que aprenden a ser protagonistas luciendo sus galas, a la vez que aprenden a ser secundarios ayudando a destacar a los personajes. No falta ni faltará jamás el color más negro, la pose del luto, el luto de una pose, vestidos como cucarachas en una España que a menudo se lavó con zumo de limón, amargo…
Pero nada sería un film del genio sin los elementos de atrezzo, ¿quién es quien sin un cigarrillo? El humo pinta sus largometrajes al igual que pinta su vida, el alcohol…siempre presente en una amistosa copita que despega las penas que llevamos pegadas al alma, esas graciosas copitas de anís…Y los brindis de champán, líquido seco que presagia el amor más profundo y verdadero, el final más delatador. Cada pequeño objeto que construye aquella villa del campo, paredes decoradas con poesía, la madera oscura capaz de resistir las historias más complejas, y las terrazas, mimbres hechos para el descanso, joyas, flecos, y sombrillas que cubren de un sol que a unas araña y que a otras curte su piel de melancolía. La carta, la fotografía, el coche, el tren, la lluvia de Asturias, una nieve que calienta el corazón, símbolo del hogar, nieve que cuaja en la placita. Volver a empezar o El Crack son películas más urbanas, con pinceladas más frías, más lejanas en espacios y muy pegadas a las palabras, al diálogo de una verdad. Filmes que se agarran a la finura de la gabardina, a la cuadratura de los ochenta, a los días luminosos sin sol, filmes que arrancan desde el realismo provocando entusiasmo en el espectador. El vestuario entra en relación con la espontaneidad y la rutina, destacando por la cercanía de los personajes en sus maneras, en su concepción de la vida.
No existiría El abuelo sin Fernando Fernán Gómez, ni Historia de un beso sin Alfredo Landa, You’re the one no sería tan bella sin Lydia Bosch, o Volver a empezar si no estuviera interpretada por Ferrandis. Y qué decir de Manuel Lozano, jovencísimo intérprete fiel al director, con una mirada que rellena la pantalla, Agustín González, José Bódalo, y muchos más que repiten experiencia en numerosos largometrajes del director. Un conjunto de actores que componen un Garci-mundo de entusiasmo plasmando maravillosas interpretaciones. La mayor parte de su obra aparece impregnada por la cuestión religiosa, otorgando los papeles más espectaculares a la figura del sacerdote. La interpretación de este personaje destaca por la elección de magníficos actores.
Garci cree en los repartos ideales, considera que hay películas imposibles de rodar si no se cuenta con el protagonista idóneo. Confiesa que nunca habría apostado por El Crack si no hubiese sido por la correspondencia de Alfredo Landa, o que Tiovivo sería Tiomuerto si esos ochenta actores hubieran descartado la posibilidad de trabajar con él. Su cine le demuestra algo muy digno e importante: que en España hay muchos y muy buenos actores. Practica un arduo trabajo en equipo, y desarrolla un seguimiento personal con cada actor o actriz hasta lograr una interpretación basada en la identificación del espectador. La dirección se aprovecha puntualmente plano a plano, instante a instante absorbiendo la esencia de cada actor. Normalmente crea papeles para actores y no actores para papeles, decantándose siempre por la prioridad de la expresión facial, aunque a veces ocurra lo contrario. Sus películas se caracterizan por contar con un elenco de actores transmisores de la credibilidad, con miradas experimentas y amaestradas por fuertes carreras profesionales. Ejecuciones interpretativas fruto de una enriquecida modulación de los gestos provocando la justa emoción, pasión o sensación. Una dirección de actores cuya facultad interpretativa construye los sentimientos que habitan en el director, se dirige así al espectador a una gran dimensión.
En la mayoría de sus filmes predomina la música con un valor diegético, sobre todo en los salones con ambiente, en los espacios que poseen un matiz festivo, o incluso en esos instantes en los que el sonido marca un estado de ánimo. Nos referimos por tanto a multitud de momentos en los que el medio sonoro surge de la propia escena, recreando un especial entorno en donde viven los personajes. Respecto a la no diegética, es común en el director la inserción de la banda sonora en repetitivos momentos, es así como consigue establecer una relación de determinados sentimientos en intervalos puntuales de la historia. Es como una especie de identificación, que a pesar de ser menos realista que lo que oímos en un salón, en un café, en una habitación…, su refuerzo es vital para la evocación o el reconocimiento de figuras, sentimientos o del dramatismo. Para la composición de la melodía Garci cuenta con su querido Pablito Cervantes, un maestro de la belleza musical, y si no analicemos los violines en You’re the one, reiterativos estos en Historia de un beso. Y qué decir de Tiovivo, apartado en el que España se desborda en melodía, en el que Madrid vuelve a sus más raíces auténticas y añoradas. No sé puede explicar su música sin nuestros oídos, pero sí afirmar que es de esas que deja huella, quien haya visto You’re the one lo sabe, y habrá dejado grabado en su memoria el azote de unas olas en un mar de calma. Es común el uso de temas conocidos en algunos de sus filmes, un ejemplo sería la oscarizada Volver a empezar alentada por un Pachelbel en ocasiones excesivo, pero no por ello innecesario, o las canciones de Cole Porter. En Historia de un beso destacamos la devoción por los clásicos con obras de J.Sebastián Bach, Johann Strauss, Mozart..., todos ellos interpretados por la Orquesta Itálica.
Una de sus características principales es la aparición de imágenes sucesivas en los instantes más emotivos acompañadas únicamente de la banda sonora. Se desvanece el diálogo, la voz se tiñe de silencio, y un concierto pictórico nos sugiere ese ratito de reflexión que requieren las películas más profundas, las películas que hablan hacia dentro, para uno mismo y jamás hacia fuera. No exageramos si decimos que la música es importantísima en su cine, ese ingrediente que si faltase no podríamos degustar el talento de Garci. Por eso el director se preocupa de forma desmesurada en contar con la persona adecuada para la creación de melodías, llegando a actuar estas en un papel principal en multitud de escenas. Existe siempre una conexión total con la época, los personajes y el espacio, ya que entre puesta en escena y música surge una absoluta simbiosis.
La mayoría de los encuadres en su cine son verdaderamente perfectos, de hecho, no resulta extraño que hablemos del estatismo o del sosiego en unas imágenes que sin querer se transformaron en cuadros. Mirar a Garci es mirarse a uno mismo, es introducirse en la coherencia de los espacios percibiendo siempre una cámara que no escucha, que no se ve, que no se esconde pero que tampoco sobresale…Esa cámara que crece desde lo céntrico, e incluso desde el silencio. No pretendas encontrarte con los personajes, o seguirles por sus caminos, no trates de enredarte con escondites o recovecos, porque la cámara de José Luis Garci es una esponja de sueños. Sin necesidad de perseguir o seguir a nadie, sin necesidad de moverse al ritmo del viento, sin necesidad de buscar los lugares…puedes ser testigo de un ritmo agigantado que no conoce la agilidad de los movimientos. Lo frontal, lo general, lo medio, o lo principal…eso no importa, pero sí imaginamos una herramienta que tras la nieve, tras la lluvia, tras la ventana, tras el tren, tras tu mirada…es capaz de regalarnos un paso al realismo. Es por ello que el espectador acaba fusionándose con la cámara, siendo así un protagonista mudo en palabras y basto en corazón. La visitada panorámica, el roce de un travelling, la fuerza de los rostros…son cualidades de un director que simplemente rueda para narrar, dejando a su paso la aparatosidad de grandes maquinarias. Garci es de los que confía en muchos pero a la vez en muy pocos, su equipo es como un grupo de chiquillos de un colegio de pueblo, en donde sólo existió un maestro, en donde sólo hubo un examen, en donde todos quisieron aprobar y pasar curso.
Nada significa una cámara sin un objetivo, sin un motivo, sin una historia que contar, y para encuadrar los elementos antes hay que buscarles un lugar en el alma. Unas veces surgen de la adaptación o mejor dicho del mantenimiento de una historia, otras nacen de la inspiración, del resumen del espíritu, y en ocasiones se relacionan con la creatividad fruto de uno mismo. Aunque su filmografía comprende distintos géneros, la variedad es escasa y ha preferido mantenerse fiel a un estilo muy humano, sin rasgos de rencor, sin miedo y, manteniendo siempre la misma pasión. Ésta es la línea que define sus películas, largometrajes horneados a fuego lento y rellenos de recuerdos, del ayer, de Gijón, de Cerralbos del Sella (un pueblo que no existe pero que se asemeja al norte), de la ternura de Madrid, de la luz de Nueva York…Películas que tratan de la vida, de la muerte, del destino, del pasado, del respeto, del cariño, de la verdad…Minutos de cine en los que el director logra a través de la admiración, algo muy complicado en los tiempos que vivimos: inculcar valores que jamás desaparecerán.
No he querido hablar hasta ahora del tiempo, de la profundidad en la que sumerge su narrativa, pues considero que un buen mago deja siempre el truco estrella para el final…Es entonces cuando te das cuenta de que lo anterior no era más que el ensayo de la verdadera fantasía, el boceto de lo que el maestro pretendía. En todo su cine sobresale la importancia del pasado, el flash-back implícito o explícito enseña sus atributos más poderosos para acabar latiendo en un presente. Siente debilidad por demostrar que las buenas historias se hacen grandes cuando buscamos la respuesta en el ayer. Parece que sin este recurso nunca existirían motivos o razones, parece como si la vida fuese un camino de reencuentros, un mensaje dentro de una botella que alguien quiso enviarte. La voz en off no es realmente una prueba que marque su estilo, pero si un instrumento utilizado en semejantes escenas. Nos referimos pues al eco de una voz en la memoria, que casi siempre reaparece en forma de carta, o en un elemento ligado al recuerdo, a lo imborrable.
Y es que…quiénes seríamos nosotros sin el mensaje de nuestros abuelos, nuestro tío, nuestro novio, nuestros padres, nuestra mujer, nuestro amigo, o nuestros hijos…quiénes seríamos tú y yo sin el AMOR.