Las mejores películas de GARCI

Cuando ves You’re the one lo primero que sientes es que de nada sirve la vida si no es para reencontrarse a uno mismo. A finales de los años 40 Julia viaja hacia su querido pueblo asturiano a recuperarse de una gran pérdida. A partir de este instante tanto espectador como protagonista seremos testigos de que los verdaderos problemas son aquellos que acortan la sonrisa.

Nos encontramos con una de esas películas que desde el primer visionado deja profunda huella. El filme se estrenó en 1998 y recuerdo perfectamente cómo disfruté de cada pequeño detalle, porque así es Garci, un maestro de la sencillez, de los poquitos que ofrecen poesía virgen en la pantalla. Entonces me cautivó la atmósfera creada a base de lo acogedor, de lo hogareño, de la individualidad de cada pequeña cosita que compone la vida. Me sorprendió el acertado uso del blanco y negro, una técnica que tal vez no encajaba demasiado en esta época pero sí cuando un genio conocedor de su esencia, es el encargado de aplicarla. Las continuas apariciones de esa hermosura de coche inglés a los mandos de una interesante rubia, que aunque no era Marilyn Monroe, demostraría una y mil veces que ‘a la española’ también se conquista el cine. Por aquellos años, en plena efervescencia adolescente, me atraparon unos diálogos que tal vez hoy, escuchados y entendidos con oídos más generosos, tengan un significado más importante para mí. Hoy, enfrentada a un segundo, tercer, cuarto visionado he comprendido que las películas de Garci son concisas hasta en las frases más secundarias. He comprendido que su cine, y en especialmente You’re the one es un espacio regalado a las expresiones, un cine que enseña a aprender y aprende a enseñar, un cine que no conoce el rencor.
Manolito es el hilo conductor para introducirnos en Cerralbos del Sella, un pueblecito en donde cada pequeño rincón llega a ser único. El realismo se consigue porque el director es increíblemente fiel a lo puro. Puedes oler el perfume a vainilla de Julia, saborear esa taza de café que comparte con Don Orfeo, necesitar una manta porque las sábanas están frías, sentir como caen los copos de nieve porque la cámara se esconde, se aparta para que el espectador pueda disfrutar de la naturaleza. Un filme de objetos que calman la ansiedad del alma; el religioso vinito de tía Gala y el pecaminoso anís del tan humano cura, Don Matías. Las ventanas que empapan los rostros, la lluvia, el tocadiscos que grita dulcemente una ópera que araña el corazón de Julia, sus recuerdos. La interpretación del muchacho es la naturalidad personificada, la inocencia de una mirada fresca y tímida que conoce por primera vez la belleza de la mujer.

La música en You’re the one es la piel de la película, la tela que la envuelve, la pasión que nos inspira. Ésta está presente y destaca puntualmente en los momentos de progresión, porque Garci es un creador de respuestas. Es capaz de deleitarnos con largos minutos de multitud de escenas y gritarnos la clave de su cine con cada nota que compone la banda sonora. Verás el pueblo desde el cielo más alto sintiendo que estás más cerca que nunca de algo, a continuación un cartel te indicará la entrada al lugar del sueño y desde allí irás hacia el colegio. Les sorprenderás merendando, jugando, dando patadas a una pelota –no es raro pues a Garci le encanta el fútbol-, reirás con Julia porque evoluciona, volverás a notar la vitalidad que aparece cuando te recuperas de una enorme tristeza, verás el comienzo del final cuando Orfeo se enamora de Julia. Y todo lo que verás, a menudo no posee diálogo porque la vida en el encuadre basta para asomarse a lo importante en el mundo.
You’re the one es una película tranquila donde las haya. Esto se debe a una cámara que narra a través de la lentitud, de la sencillez, de lo fijo y de lo quieto, limitada técnicamente a la panorámica porque el director no necesita llegar a la complejidad del movimiento ya que sus películas se mueven con el corazón.
Hay algo muy presente en el filme y en la propia vida del sujeto de nuestro análisis: el tabaco. Julia fuma constantemente y pronto le acompaña Orfeo en su seductor vicio, pues un cigarrillo siempre será un elemento clave para evocar la atmósfera, para pintar el ambiente, para ahumar los instantes con la complicidad de un suave papel entre los labios.
El coche, la nieve o los simples fundidos a negro serán los elementos principales que ayuden a enlazar las escenas, a cambiar los lugares o a dar paso a un nuevo acto, todo ello inspirado en el cine antiguo. Aquel cine cuya lógica aristotélica presidía la estructura de la trama, aquel cine que bebía del teatro.

Garci es capaz de plantear un plano secuencia de más de nueve minutos sin que resulte pesado. Y el truco para lograrlo es tan sencillo como que no existen las prisas, y el espectador acaba flotando en la misma parsimonia porque a menudo es bueno pararse a saborear los momentos, algo que en nuestro siglo queda desfasado. Esta parte de la película es el esqueleto para comprender toda la temática y la técnica del director. Una de las declaraciones de amor más naturales de la historia del cine, un momento en el que tanto Julia como Orfeo desnudan su alma, aún sabiendo que ellos dos son todo menos almas gemelas. La ventana como telón de fondo, los cigarros como unión mínima entre lo opuesto, pero algo muy importante para José Luis Garci: dos personas que se han devuelto la vida inconscientemente. No se necesita nada más que una cámara desde el silencio para captar una conversación que hace de toda la filmografía de Garci, uno de los instantes más hermosos y característicos de su cine.
Abundan los planos medios largos, más los cortos y se recrea en los primeros planos, porque la mirada, la muestre el director que la muestre, siempre será el reflejo del alma. Los planos generales encabezarán y cerrarán las distintas secuencias y serán fundamentales en los momentos carentes de diálogo y acompañados por música.

Estará presente la voz en off durante largos minutos cuando Julia lea la carta de su fallecido, con una voz acertadísima por cierto que logra dibujar en nuestra mente la imagen de un apuesto galán. Casi toda la película está rodada en Asturias, lugar del que Garci se enamoró hace veinte años. Un acierto para su estilo ya que su escenario vive muy lejos de las grandes ciudades, y prefiere plasmar su temática en sitios ignorantes del estrés, la velocidad o lo superficial.
Los decorados trabajados por Gil Parrondo resultan espectaculares, sobre todo en esa vieja pero bella cocina cuyas paredes saben más de la vida de los protagonistas que ellos mismos. O el acogedor bar en el que el esperado cine se convertía en un poderoso celestino capaz de reunir a todos los habitantes por una misma pasión.

You’re the one es la primera parte de una trilogía que seguiremos analizando a continuación.






Poco podemos hablar de Volver a empezar si no es destacando la importancia de su música, un acertado Pachelbel que acompañará casi la totalidad de la película hasta convertirse en parte de un todo.
Desde el primer visionado Beguin the Beguine enamora, seduce y atrapa por su completo arranque carente de diálogo. El inicio se compone de una sucesión narrativa de diferentes escenas, cuyas palabras no son más que las notas que componen el tema musical de la película que antes mencionábamos. Estos primeros minutos son la esencia de todo el film, el aviso de lo que técnica y argumentalmente veremos durante los siguientes noventa minutos.
Cuando ya conoces un poquito el estilo de Garci, no es necesario pararse a observar en que los protagonistas viven agarrados a un cigarrillo o que un paisaje a veces narra más que mil planos. No hace falta analizar el telón de fondo que protagoniza la música, o que la mayoría de sus personajes importantes mantienen algún tipo de lazo con el extranjero.
En un segundo visionado nos hacemos eco de esas frases que el director trata de plasmar en la mayoría de sus filmes, y que de una forma u otra siempre tienen algo que ver con el amor, con la vida y con la muerte. Si te detienes en algunos momentos decisivos de Volver a empezar serás testigo del uso de algún símbolo. Ejemplo sería cuando el escritor Albajara arroja al fuego la carta que evidencia su enfermedad terminal como si de esta manera pudiese acabar con la idea de la muerte. También cuando marca los contrastes ofreciendo una visión de los mismos lugares en distintos momentos del día. De esta forma parece como si veinticuatro horas pudiesen ser tan dispares entre sí como para vivir multitud de emociones que no pudiste disfrutar en toda una vida.

En esta película hay una importante referencia a los medios de comunicación y al acoso que estos pueden provocar en determinadas situaciones. De nuevo podemos recrearnos en un plano secuencia de ocho minutos en donde los dos amantes recuperan el tiempo perdido en una conversación de amor. Será ahora cuando se acentúe el uso del primer plano para comprender los rostros. Porque cuando ves Volver a empezar por primera vez necesitas el regalo de las palabras para entender qué está pasando dentro de cada uno de los personajes. Pero cuando vuelves a ver la película los diálogos desaparecen y la interpretación es tan buena que comprendes cada pequeño estado leyendo las miradas.

El reparto es ideal, y una de las mejores escenas de la película es cuando los actores Bódolo y Ferrandis conversan mirándose a los ojos como dos amigos que se despiden por el fantasma de la muerte. Aquella secuencia presenta un decorado maravilloso y su diálogo convierte el film en una de las películas más cercanas para José Luis Garci. Este momento del que hablamos formó parte de doce días de rodaje en los que personajes de ficción acababan reflejando el cariño que ambos se tenían en la vida real, antes de fallecer.
Casi todos los exteriores fueron rodados en Asturias y la creación de decorados se centró fundamentalmente en Madrid.
El argumento parece que está inspirado en una historia que José Luis Garci conoció de niño. Antonio Miguel Albajara fue un poeta amigo de su padre al que éste conoció durante la guerra. El director se imaginó cómo el escritor volvía a Gijón, su ciudad natal, en busca de aquel amor de cuando tenía catorce años. Quería mostrar y demostrar como unos protagonistas sesentones podían enamorarse otra vez y ‘volver a empezar’ la vida. “Cuando somos jóvenes pensamos que las personas mayores no se aman, y no es así, en realidad sólo se envejece cuando no se ama”.
La película tuvo en España unas críticas malísimas, se quitó rápidamente del cine Coliseum de Madrid perdiendo mucho dinero y cerrando la empresa. Pero la suerte vino de la mano del Oscar dándole el reconocimiento que se merecía.







Si You’re the one respiraba la concreción total del presente, Historia de un beso es la recreación absoluta de los tiempos narrativos para tejer una historia de amor. La vuelta continua al pasado hará que el difunto escritor Blas Otamendi y su sobrino Julio se reencuentren en un insólito presente. Si los recuerdos fuesen hechizos hablaríamos de esta película como pura magia, porque el director ha sabido utilizar un repetitivo y denso flash black que sostiene la trama del film.

No hace falta más de un visionado para darse cuenta de que los escenarios que soportan Historia de un beso son exactamente los mismos que en la primera parte. De nuevo el mismo pueblo, el mismo niño, y una infancia vivida con tanta pasión que el hoy resulta el eco de un profundo amor.
La línea estilística sigue siendo la misma, el coche, la nieve, la lluvia, el humo de un suave cigarrillo liado a mano, el cine, la naturaleza, la finca, la misma playa, la definitoria luz que penetra por las ventanas, la iglesia…y por qué no, un poquito de anís “para quitar las telarañas”.
José Luis Garci ofrece de nuevo una hermosa y profunda declaración de amor, de esas que obtiene la mejor respuesta porque ambos protagonistas han bebido de la experiencia de la vida. En esta película nunca tienes la sensación de que has perdido algún instante sino todo lo contrario. Cuando Julio invita a su querida profesora a París, la cámara se acerca a los rostros con el mismo asombro que sus propias palabras. Si la voz narra en off la cámara sube o se aleja porque estamos viajando a los viejos momentos. Las estaciones van cambiando pero su transformación se mantiene con plano general para que sólo las hojas sean caducas y nuestra mirada permanezca perenne. Son algunos planos detalle como los de las vidrieras los que dan paso a la siguiente escena, y en ocasiones las nubes, o la plaza nevada se apagan en un fundido para dichos cambios.

La segunda vez que observas las escenas de la película comienzas a ser testigo de los contrastes trasladados a los objetos, a los rostros, a los detalles. En la casona de ‘Llendelabarca’ en realidad existen dos mundo al igual que en You’re the one. Arriba predomina el lujo y la luz se convierte en el plato estrella del menú audiovisual, pero abajo, en aquella vieja cocina reina la oscuridad. Algo tan banal como una bombilla puede resultar la clave para entender el mundo que Garci desea ofrecer. En ambas películas las bonitas lámparas coronan los tejados de casi todo el largometraje, y en contraste pervive una bombilla central, suficiente para iluminar la historia de las vidas presentes y por qué no, pasadas.
La banda sonora sigue siendo el matiz que suaviza este film, los paseos, los paisajes y los momentos más completos serán los que acompañen a la música. Y si la cuestión iba de repetición, una vez más se corea con la canción de You’re the one, para no olvidar que los sentimientos viven entrelazados.
Si la epanadiplosis hubiera conocido el cine podríamos decir que Garci gusta de utilizar este recurso literario para el film, en donde un tren inicia y concluye toda la acción dejando así totalmente cerrada y agarrada la trama.






El abuelo es otra película tranquila en donde los lentos movimientos de cámara asientan o niegan, adelantan o retroceden. Abundan como casi en el resto de sus películas los planos medios descriptivos y las conversaciones traducidas en plano contraplano, plano-contraplano, plano-contraplano…porque técnicamente Garci es así: nos lo da todo hecho.
Una cocina similar a las que presenta en su filmografía, de nuevo un cura pero esta vez con mirada floja e inocente, representación de la bondad y el empeño. Una clase rica que se superpone a la sencillez carente de cenas, vestidos y eventos, y el café… lugar familiar, casero y de loros loritos que no callan hacia el resto. Presente sigue la playa, lugar de ensueño no para el cine si no para la propia vida.

Diez minutos de plano secuencia al más puro estilo Garci, en el que el plano contraplano dibuja la conversación clave de toda la película protagonizada por el abuelo y Lucrecia. Pocas son las veces que utiliza picados, pero hay uno en concreto que resulta sublime, uno en el cual el abuelo aparece en la playa casi comiéndose la  propia cámara sin necesidad de mirarla a los ojos. De forma opuesta y poco común apreciamos un contrapicado en movimiento en ese momento que ambos mantenían la conversación fundamental de la trama. En varias ocasiones se utiliza el plano cenital.
La voz en off utilizada como hilo narrativo de escenas vagas, o el tener que resguardarse de la fuerte tormenta son instantes que aparecerán también en Historia de un beso.
El diálogo es fundamental en El abuelo, las conversaciones más profundas y sinceras se expresan en el lugar de retiro que ofrecen las zonas más altas del paisaje. Además son varias las frases que cierran las distintas escenas, frases que quedan en el aire pero que el espectador acoge y recupera más tarde

Es una película cuya característica esencial es la naturalidad y esto se ve reflejado en la iluminación, concepto que en nuestro caso bebe de la naturaleza. Los interiores parecen planteados por la simple luz de un sol en la mañana, o de un atardecer borracho de la dulzura de las niñas. Éstas presentan vestidos con colores que parecen robados de un cuadro de Veermer, los contrastes de las vestimentas entre los personajes acaban desnudando el interior de cada uno de ellos. La cercanía del abuelo y el cura ambos siempre de oscuro, o Lucrecia con sus trajes de luz al igual que sus dos hijas como muestra del  aliciente femenino.
El paisaje es muy importante en esta película, pues a veces cerca de la montaña, cerca del mar, uno aprende a encontrar la respuesta que llevaba años buscando.






A diferencia de otras películas de José Luis Garci, El Crack es una película de tensión en donde la noche está muy presente. El director, amante de este tipo de cine, se atrevió con algo distinto y creó una fabulosa historia de cine negro a la española. El arranque exige por lo tanto una mezcla de tensión y expectación teñido de cierta oscuridad a la que no estamos acostumbrados en la filmografía del maestro. En el inicio se ha hecho uso de un exquisito travelling de acercamiento que nos presenta a un interesante Alfredo Landa como protagonista.
Resulta curiosa la aparición de los títulos de crédito después de siete minutos de película. Por exigencias de este género cinematográfico Garci rompe con su puntual quietud e introduce una variabilidad técnica como pueden ser diversos picados, suaves movimientos de cámara y numerosos planos detalle a modo de pistas en un mundo puramente detectivesco. El uso de la panorámica vuelve a ser uno de los recursos más empleados para describir y narrar los escenarios más importantes, es frecuente su utilización en la vista de la ciudad o en los interiores que lo requieren. La cámara a menudo muestra desde el escondite otorgando tensión dramática a la acción. La música vuelve a ser la manta que tapa y destapa las sucesiones de imágenes, algo muy común en el resto de su filmografía. Al igual que en Volver a empezar, Historia de un beso o You’re the one, la banda sonora nace gemela de otros momentos del film. El suspense se estrena en el terreno musical como factor clave de este tipo de cine.

Los decorados son magníficos, y también diversos objetos que se convierten en fundamento del escenario a lo largo de toda la película. La naturalidad de la ambientación corona las escenas del director dándoles un soplo de autenticidad a la trama.
El Crack es una película que atrapa, no sólo porque ofrezca temas como el amor, la venganza o la muerte, sino porque de nuevo nos enfrentamos a un largometraje de profundidad en las palabras, de frases que a menudo contienen espinas para el corazón. No es extraño toparnos con un instante de extrema profundidad ya que José Luis Garci nos tiene acostumbrados a largas conversaciones que resultan maravillosas en todas sus obras cinematográficas. Pero en nuestro caso también podemos hablar de expresión sin necesidad de palabras, pues en algunos momentos un primer plano es capaz de decir mucho más que en una tira de diálogos y más diálogos.

Y no nos podíamos olvidar del cigarrillo que acompaña a nuestro protagonista y a otros personajes. El tabaco continúa con su papel fundamental proponiendo un perfil de personas fuertes y seguras.
El cambio de escenas aparece crudo y seco prescindiendo de esa elegancia en la unión de instantes que tanto caracteriza al autor. El fundido a negro será uno de los recursos más utilizados para abrir y cerrar telón. Además, en algunas ocasiones nos parece que falta una pizca de continuidad en los fuertes cortes de planos.

El Crack es una película difícil en su planteamiento sobre todo por el rodaje en Nueva York, teniendo en cuenta que hablamos del inicio de los años 80. Muchos momentos fueron excesivamente complicados, de hecho, después de llevar a cabo la aventura del Crack II, Garci no quiso volver a crear historias que brindases por el género. El film apareció como un reto para el director y lo consiguió, teniendo en cuenta que su meta era la reproducción del cine negro comprendido a través de los decorados. Quiso plasmar la forma en qué él y su equipo comprendía los escenarios y para ello la iluminación llegaba a convertirse en obsesión.

Esta película le sirvió para la creación y formación de su propia productora: Nickel Odeón.





Resulta complicado resaltar un tema principal que explique el argumento, ahora mismo mi mente se presenta como un barroco de imágenes, como un rococó de sueños. Para los más curiosos podríamos decir que Tiovivo c.1950 no es más que lo que su propio nombre indica, una pequeña feria pero que aparece teñida de color gris, una fiesta de la realidad casada con la pureza del recuerdo. Lo que más me ha molestado es que me topé con lo que ya me avisaron, con esa profundidad que requiere madurez en el espectador, y Garci ha logrado aburrirme. Bueno…tampoco me gusta hablar de aburrimiento pues siempre lo he considerado una ofensa, pero sí que me aplastó un poquito la pesadez, aunque reconozco que el retrato de Madrid exige respeto. Es un film difícil de digerir en la tierna juventud, pero fabuloso para educar la mirada, pues si hay algo que posee Tiovivo, es historia del alma, y eso…nos guste o no, reside en el Cine y no en los manuales.

La temática flota en un previsor destino de la mayoría de los personajes. La ilusión, el amor, el poder…podrían ser algunos de los numerosos temas que aparecen en el film, y todos ello se sostienen por uno principal: la vida de un auténtico Madrid, el Madrid de 1950. Garci es un hombre familiar, de esas personas tan auténticas en sus palabras que logran abrazar al espectador con sus películas. Por eso…Tiovivo se recrea en una complicidad de todos los órdenes, en la amistad de cada plano, en la luz de lo que creíamos que jamás podría volver a ser iluminado.
Retomamos la técnica tranquila y rezagada del director a través de planos fijos, de la escasez del brusco movimiento y de la aparición del travelling extremadamente lento, pero capaz de agitar más de un corazón transparente. Porque eso es Tiovivo c.1950, el retrato de la capital, la descripción del epicentro, el grito de lo que sólo fue silencio.
Como interesante percepción técnica destacamos una cámara quieta que no sigue a los actores y unos actores que no siguen a esa cámara quieta. La libertad de esas clases de baile se acopla a esta cuestión como ejemplo de un objetivo que reposa, que nos enseña…
Una cámara que de nuevo se esconde, una cámara que ‘persigue’ a los personajes con la mayor suavidad que exige el realismo puro, una cámara que se acerca y se aleja lentamente en tan maravillosas escenas, una cámara –y siento repetirme- que nos enseña….
Encuadres perfectos, exquisitos, rabiosamente bellos. Planos generales, muestra de acertadísimos escenarios, planos americanos casados con el cine de aquel entonces, al igual que planos detalle en los que un café derramado contiene la esencia de toda una secuencia. Los planos medios como punto de origen reflejando la importancia del medio corto enlazado generalmente a un primer plano…y los fondos…a menudo desenfocados porque el futuro puede ser turbio durante la presión social. El fundido a negro que cierra el primer acto, y una música amaestrada para llegar en los instantes precisos, en los momentos que más lo necesitan, aunque a veces no se lo merezcan. La típicas Garci-conversaciones: fijas, pausadas, de dos…de dos que se miran y parecen actores de un viejo teatro, lejos de la existencia de una cámara. Conversaciones de esas que se dispersan si no aparece una mesa, una mesa que aguante las palabras más profundas, las más densas palabras. Conversaciones con estructura: los dos, él, ella…los dos, él, ella…los dos, él, ella….él, ella…él... Y de repente un ligero contrapicado, y también dos o tres picados, porque José Luis Garci ofrece todo muy dosificadito, porque alrededor de 1950  no existía el derroche…porque alrededor de 1950 ‘hay que estar porque hay que tirar para delante’.

La crítica a la situación que se planteaba cuando aparecía un nuevo guión, y el rígido régimen que empapaba aquel momento…son elementos que logran provocar la misma rigidez en los rostros de los personajes, o debería decir personas, ya que eso es lo que vemos en el Cine de Garci, a ti o a mí…personas…