viernes, 14 de enero de 2011

Seda, de François Girard

La mayoría de los aclamados críticos de nuestro país, plasman en sus tabloides opiniones discrepantes a mi manera de ver, sentir y percibir un film sencillamente perfecto. Los entendidos hablan de bostezo, de aburrimiento, de carencias interpretativas en el actor principal, y muy pocos, como yo, abren alma y corazón para comprender una obra que requiere simplemente pasión. Entre la belleza y el realismo, entre la esperanza y el dolor, entre largas y largas esperas, François Girad reposa en el espectador ofreciéndonos maestría audiovisual.
Me acomodo en mi butaca, cierro los ojos, respiro…los abro…en un instante fastuoso sólo deseo continuar mirando, escuchando, sintiendo. Pulcritud técnica en todos los órdenes, quiero formar parte de aquel sueño, casi puedo oler y adaptarme a una atmósfera tan cálida y desagradable a la vez. Planos bien distinguidos, narrativa a ritmo pausado, que no lento, quieto o parado, un objetivo que acaricia al espectador, necesito llegar al final. Fotográficamente camaleónica, una sucesión de tonalidades sumadas a la ausencia de calor, hay que reconocer la empatía que requiere la cinta, su progresión visual recae en lapsos fríos, apagados y sensiblemente equivocados. La preocupación de él, su cambio gradual frente a su esposa, la inmadurez del hombre, y sobre todo, el capricho de una fémina japonesa, obsesionan al protagonista en sus reiterados viajes a lo inalcanzable. El amor torna sin sentido hasta un resolutivo final que rasga la dramática audiovisual, la conclusión es adorable, ELLA es y era su verdadero amor, honestidad indestructible, fidelidad amansada, fervor por su marido, ¡es tan necesaria la voz en off!, marca la puntualidad narrativa, el sonido no diegético se asienta en un segundo plano acorde con su definición de ajeno a lo externo, acompaña pero sólo quiero escuchar esa carta que me hace llorar, ¿es que no te dabas cuenta? –me dan ganas de gritar- que tan sólo ella te amaba, que ella te idolatraba, tú y sólo tú eras su amo, su señor…
La temática es tan importante a lo largo de toda la película, esos pequeños huevecitos…tan insignificantes en apariencia…nos enseñan que lo más párvulo de esta incoherente vida transforma el destino hasta trastornar todo aquello que hasta entonces era perfecto para seguir hacia delante. Una extranjera entre agua, vapor y niebla turban el cariño de un enamorado, el actor es acertado y su interpretación exquisita, completa y acorde con un hombre que se vuelve ciego frente a la realidad. Su erotismo repleto de sueños, imágenes, muestran que las personas somos capaces de guiarnos por un sexto sentido convertido en mala compañía. Te equivocaste…te obsesionaste…te marchaste…y la perdiste…no disfrutaste…pero luchaste… ¿sabes por qué? Porque abandonaste tu sentido por creer demasiado en la sensualidad, en lo platónico, pero tu amada esposa fue la única que te acarició más de una vez, el sexto sentido no era tuyo, era del sexo contrario. Ahí reside la enseñanza del director, la importancia de la mujer, y el aplauso de un deseo que flota en el desconsuelo y en un rostro que adquiere tintes hartos de depresión.
Salir de la sala, abandonar una butaca, y sentir paz en uno mismo, SEDA eriza el espíritu, y deja en tu alma una imagen, una frase...y llegas a casa, te vas a dormir, cierras los ojos, respiras profundamente…y te das cuenta que finalmente todo reside siempre en lo mismo, en un inesperado final, reposando, lamentándonos por lo que nos perdimos cuando la vida eran latidos de existencia, pero sabiendo que jamás descansaremos en un jardín tan hermoso, sino en lo que cada uno de nosotros queremos ser.
Jamás te dejes atrapar por el misterio, pues cada pequeño paso que das hacia él, pierdes parte de tus raíces. Vive siempre como si no existiese un mañana, y no te alejes nunca del amor.

Marta Edo Lorrio

Tiempos de azucar, de Juan Luis Ibarra


No recuerdo el número de veces que he podido ver esta película, quizás sea como una obsesión por un film determinado y no existe explicación alguna. Sólo sé que me siento como cuando era niña y mi madre me quitaba de las manos la película de Alicia en el país de las maravillas. Dice que me pegaba frente al televisor por la tarde, los trescientos sesenta y cinco días del año, y pronunciaba cada palabra de aquel infantil guión. Ella empezaba a estar preocupada, no había manera de cambiarme de cinta, sólo quería ver a Alicia, sin parar, y algo parecido me pasa desde hace algún tiempo, cuando descubrí la obra que hoy tengo entre mi corazón y mi razón, Tiempos de Azúcar.
Cada uno de nosotros hablamos a través de lo que sabemos hacer, y cuánta más pasión depositamos en lo que de verdad nos hace sentirnos únicos y distintos al resto, es entonces cuando sentimos que la felicidad a penas dura un instante. Pero lo mejor de todo, es que puedes ser feliz tantas veces quieras, porque está dentro de ti, eso es por lo menos lo que muchas veces podemos llegar a pensar. Pero en esta ocasión nos encontramos ante una obra extremadamente compleja precisamente por la sencillez y cotidianeidad de la temática. Si os dijera que voy a hablaros de un amor platónico, de un amor de chiquillos, de un amor inalcanzable…si os dijera que ser testigos de esta película es más importante de lo que os habíais podido imaginar…si os dijera a aquella persona o personas que me leen…que en ciento doce minutos tienes concentrada la esencia de la vida…si os dijera todas estas frases...tal vez lograría que no abandonarais todavía mi reflexión, y que os quedarais un ratito más junto a mis palabras…Palabras que tal vez no lleguen al corazón de nadie, pero que por lo menos salen de un corazón, eso es lo que de verdad importa.
Un anochecer en un cine de verano, dos almas gemelas, el proyector de fondo, un fundido a negro, y se entremezcla el aroma dulce de la vida con el amargo sabor de la muerte. Y surge un nuevo amanecer, frente al mar, vigilado por las gaviotas, amparado por la espuma mediterránea encerrándose en un plano general, y desaparece el sol, la madre de Miguel está muerta, y él no puede llorar…ya lo decía la Señora Concha…a veces simplemente el dolor te ahoga, y nos sentimos culpables por no sentirnos mal en un momento tan triste, menuda tontería, pero hasta que Miguel no sea mayor, no se dará cuenta que las lágrimas son como el chispeo de la lluvia, vienen y se van, pero nunca sabes cuándo con exactitud. Como escenario principal el Horno de L’Alteana, y como protagonista la representación de todos los valores que componen nuestra vida: Miguel y Ángela. La banda sonora acompaña cada instante aportando la mayor intensidad, observa el retrato de su madre, suenan los violines, y él sonríe porque va a luchar por todo lo que su madre le enseñó, porque tiene un objetivo y lo cumplirá. Un plano detalle que anuncia el cartel de “abierto”, el objetivo que se aleja y de nuevo surge la luz en las calles, la gente se asoma al mañana, el ritmo de la rutina se transforma en un telón de fondo, y ahora…son el sonido de los instrumentos de viento los que nos enseñan el mercado, al barbero, a los hombres que hablan de sus cosechas, a las laboriosas mujeres que charlan y no están quietas, y la cámara recorre cada pequeño elemento que compone aquel lugar. Aparece con rapidez uno de los primeros seiscientos, y Santiago y Concha recorren las carreteras de los alrededores mientras la voz de ella, agradecida, nos enseña otro amor que nacerá entre curvas de sueño.
Plano contraplano de un par de chiquillos, nos dan la espalda, ella, tan niña…le rodea con su brazo para consolarle, y en ese momento comienzan los mejores tiempos, los tiempos de azúcar, los tiempos en los que se olvidaron tantas cosas por decir, los tiempos en los que “a veces es bueno decir te quiero en voz alta” para no encerrar demasiado el orgullo y el espíritu. Cae la primera lágrima de Miguel, en lo alto del mirador acaban de convertirse en parte del otro sin darse cuenta, sin saber que la noche se enamorará del día.
Agradezco de manera infinita que pueda ver tradiciones de mi país en un cine tranquilo y sosegado para el alma, porque me enseñan a ser crítica, a entender la mente de los mayores, a conocer por qué los españoles somos tan auténticos, a comprender por qué saltar una hoguera en la noche de San Juan, se puede convertir en la ilusión más importante de una niña. Me hace recordar a nuestro querido pintor Sorolla, con esos lienzos de los niños jugando en el mar, porque cuando eres crio, los juegos no son más que tus más sinceras obligaciones, algo que Miguel jamás podrá experimentar. Una infancia complicada pero siempre adornada con una sonrisa, aprendes que no existe el cansancio aunque tengas trece o catorce años y seas diferente a los demás. Aprendes que para llegar a conseguir algo, debes hacerte amigo del sacrificio y el esfuerzo pero siempre acompañado por la felicidad. Cuántas y cuántas veces ella se cuela por la ventana del obrador para que abandone sus pasteles por un segundo y la mire con su traje de comunión, él tiene que trabajar, no podrá ir a su gran día, pero le preparará la tarta más bonita del pueblo. La escenografía es un cúmulo de realismo y naturalidad, la puesta en escena es parte de un sueño y a la vez tan simple y acertada que es imposible no formar parte de su desarrollo. La fotografía es cálida, agradable, sensitiva, fresca, chispeante…Ella le mira desde su balcón…el sonido cambia por completo, y un feed forward transforman a Ángela en una guapa y seductora jovencita en un segundo, poder del Séptimo Arte que nos traslada a dónde queramos y cuándo queramos en el menor tiempo posible…Rock and Roll de fondo, y Miguel la espera abajo, fuegos artificiales, melena rubia, vestido de reina de las fiestas, y te das cuenta de cómo pasan los años, que siempre volverá a amanecer, y él estará ahí…mirándola como si fuese el primer día, cuidándola más que a su vida. Son comunes los primeros planos de sus rostros, él, ella, él, ella, y dos miradas que se funden porque son ojos que necesitan ser mirados, amistad que parte del cariño para traspasar a los nuevos problemas de la adolescencia.
Y nace la segunda parte del montaje, fotogramas ensamblados con firmeza y estilo, el resultado es magnífico, te sientes identificado y atrapado a la vez. Abre los ojos Miguel, despierta, la tienes frente a ti, echándote en cara tu obsesión por el trabajo, ella no entiende tu manera de ver la vida. En la parte trasera de la pastelería un magnetofón recuerda la música de los setenta, ella le invita a bailar, se menea con su ropita ceñida de verano, le invita a un simple baile que para él es la encarnación de su timidez y desasosiego, y se encierran los dos en el encuadre, sin dejar de bailar, ella cae sobre él…y el sonido se transforma pero no existe el beso, sólo Miguel sabe que la ama. Salto agigantado al hogar de Concha, gran confidente de Miguel, casi como la madre que desapareció del aroma a vainilla y chocolate, como una prolongación de sus sentimientos. La cámara se acerca hasta su terraza, mostrándonos un jardín que enamora, que desprende fragancia de verano, puedes oler, tocar, escuchar los dilemas de la mujer madura, la mujer que duda sobre su concepto del amor, no sabe si está enamorada de Santiago, y Miguel sólo sabe escuchar…escuchar que las peores mentiras no son las que recaen sobre los demás sino las que afectan a uno mismo. De ella aprende que las cosas importantes de la vida tienen que hacerse con pasión…como Miguel y sus pasteles…y él recuerda en un flash back interior la voz de su madre…doce claras de huevo, una ralladura de limón, ciento cincuenta gramos de azúcar, almendra picada…Miguel ha vuelto a renacer, el artista cree de nuevo en uno mismo, y trabaja en su mejor obra, una vieja receta que su madre guardó en el secreto, y que es capaz de enamorar a Ángela. Pero el destino, desconocido por completo, trunca los planes de un joven para traspasar el poder del dulce a un hombre mayor, ella jamás logrará probar esa tarta, y no habrá hechizo, sino que el tiempo marcará sus pautas, cada uno en su sitio, ella dispuesta a comerse el mundo, egoísta por no querer sufrir por el amor, ambición al límite, ansias de vivir y vivir lejos de aquel pueblo, mientras que Miguel concibe cada estación como un vaivén más de su desconsuelo. El hombre que se siente menor que ella, como eclipsado, descartando sus posibilidades porque la idolatra, grave error del amor, sentirse ínfimo al lado de una mujer. Algo dentro de él le avisa que ella jamás será para él, como una nube inalcanzable, que por muy alto que vueles y llegues hasta ella, cuando la quieras tocar se desvanece…
El film nos argumenta de manera delicada el conflicto del mejor amigo capaz de dar un paso al primer y único amor. Han trascurrido los años, y los dos, en su cine de verano, con una despampanante Brigitte Bardo que ilumina la noche, entre notas francesas acarameladas, Miguel se da cuenta que la situación se le escapa de las manos. Corte acelerado y comienza una tormenta, ella gira y gira sobre su eje, su vestido empapado, y él sólo sabe mirarla, porque la desea.
La época franquista con el Proceso de Burgos, las universidades, las persecuciones constantes, las manifestaciones estudiantiles, los grises, la rebeldía de una luchadora, la dureza del régimen, un tirano, un dictador, y la frustración de una estudiante que debe estudiar Derecho pero con la boca callada. Qué paradoja, la película da un giro espectacular, nos ofrece dosis de realismo e historia nacional, recordamos cómo aquellos jóvenes tuvieron que luchar por su propio mundo, como Ángela, que se reencuentra con Miguel en su añorado pueblo, le hace ver que los dos tienen que creer en lo mismo, porque es el mismo mundo para los dos, pero él le quita la venda de los ojos…Tu mundo…Ángela…jamás será como la mesa del obrador...restos de suave harina, manos que trabajan con minuciosidad, y perfección en cada detalle…Hay unos que se quedan y otros que simplemente se van…
Surge la lucha entre dos hombres, una cámara quieta desde la orilla marca el punto de partida para una carrera entre iguales, llegar hasta la Mañosa en mitad del mar es su objetivo, ambos saben que en realidad se disputan el amor de ella, pero siempre basándose en el respeto. Por eso es tan importante esta película, porque existen promesas, obligaciones, metas, sueños, sacrificios, porque existe una búsqueda de la felicidad, que desde el inicio de la cinta percibes que será trastocada. Porque el director nos regala enseñanzas, porque en mitad de un paso doble español Miguel pierde al amor de su vida, porque en una estación de tren Miguel pierde a aquella niña que sólo quería jugar y jugar con él, porque en el horno del obrador Miguel no sabe decir te quiero en voz alta cuando ella se lo está pidiendo a gritos…porque Miguel…desaparece…como su madre…y su voz se pierde…cuando ya es demasiado tarde…cuando Ángela descubre que existen los errores…que a veces hay que equivocarse y querer a otro hombre para darte cuenta que tenías a la mitad de tu vida en frente de ti, durante más de cuarenta años…porque él te vio nacer y desde ese instante fuiste parte de él…
Imaginaros…ser hombre…y que Ángela, tan guapa, tan simpática, tan lista y divertida, tan perfecta como decía Miguel, te pide entre lágrimas “Dime que no me case, dime que no me case”…imaginaros…saber que estás perdiendo parte de ti para entregársela a otro que jamás será parte de ella…
Si algún día decides ver esta película, sólo puedo decirte una cosa, tal vez no te guste, quizás te decepcione o puede que te encante, eso es lo de menos, lo realmente importante es que en algún instante te habrás sentido como Ángela, o como Miguel, estoy completamente segura, también sé que recordarás dos cosas: una que la vida es como un pastel, y otra que debes creer SIEMPRE en ti mismo, en cómo eres y en lo que haces, y si me permites una tercera y última moraleja…recordar…por siempre…que a veces es bueno decir te quiero en voz alta…
Marta Edo Lorrio

Una canción del pasado, de Shainee Gabel

Del asfalto a la vía de un tren, Bobby Long camina despacio para vivir aún más deprisa. Un principio basado en planos de protección, insertos continuados que aportan ritmo y firmeza al inicio que será la simbiosis de un mismo final. La cámara le sigue en paralelo, la música replica casi callada, y te das cuenta que el tiempo nunca fue amigo de Bobby Long, un ser capaz de amar más allá de los sueños, respirando desde un corazón inadaptado. Y en un par de secuencias sientes la guitarra que llevabas dentro de ti, ¿puede un grupo de alcohólicos cuidar a una mujer sumida en la drogodependencia? La película es feroz, íntima hasta la médula, personal, insospechadamente bella…cada minuto es una caricia a los sentimientos, a las pasiones más humanas, y a los humanos que vivimos a través de nuestras pasiones.
Primerísimo primer plano atado a un primer plano que se ahoga en unas cuantas caladas, y sólo veo humo en el encuadre, instantes que me trasladan a los labios de Lawson, siguió a su maestro hasta formar parte de él…Te aviso que estás ante una historia muy salvaje, arrancada de raíz, que requiere ternura y reflexión…Lawson es uno de los protagonistas de la necesidad de amar. Hombres que se confiesan entre notas de amistad y gloria, dedos que tocan cuerdas y cuerdas que vibran para emitir canciones del presente, terapia de día y noche, y no pueden dejar de mirarla, “eres tan parecida a tu madre…”
Un plano ligeramente picado me traslada hasta la estación; espacio en silencio, ni siquiera puedo escuchar el tic tac de aquel reloj, donde las agujas marcan los segundos, los minutos y las horas, donde el paso del tiempo te acompaña al mañana. Pursy experimenta el primer acercamiento a su madre a través de sus libros más preciados…y de fondo…una melodía con letra urbana me hacen sentir la ausencia, la dureza de la vida. Diálogos fuertes, crudos, críticos, la joven tiene un gesto enfadado, perpetuo, continuo, ¿os imagináis? ¿Descubrir parte de ti a través de las palabras de otro? ¿Y que ese otro, ese ser, sea tu madre? Y que Lorreine ya no esté…Pursy se siente más vacía que la propia muerte. Y huele a vodka en cada rincón de Nueva Orleans, gotas de alcoholismo preconcebido, sin huellas, sin rastros, el Country siempre presente, el film desprende naturalismo en cada fotograma. La voz de Bobby me hace tiritar, es patético su patetismo, haber sido lo más grande para ver que eres un fiel reflejo de lo más pequeño…Pero te dejas querer…y cada palabra que pronuncias me dan ganas de mirar al cielo, de pararme a pensar y pensar, de volver a alzar la vista bien alto…volver a mirar el mismo cielo, pero para no dejar nunca de mirarlo.
El guion es profundamente ingenioso, rostros, planos detalle, almas que se conocen, charlas, historias, y una cerveza…sólo eso…y nada más, porque en la vida lo valioso es lo más carente de valor, lo más importante es siempre lo más sencillo, lo que tienes frente a ti pero que no quieres ver. A medida que avanza el film la iluminación se torna más cálida, sobre todo en las noches de verano, esas en las que la luna atraviesa los huequecitos de las persianas y se teje madeja audiovisual con sutileza, con luz fina, muy fina…A ello sumamos la sinceridad del lenguaje técnico, la estructura argumental es exquisita, y la temática vuelve al punto de partida de la cinta…porque como decía Bobby en honor a Moliere: “Sólo morimos una vez, y durante tantísimo tiempo”. Lorreine permanece viva porque todos en aquel lugar quisieron amarla, y porque fue una persona que logró algo fundamental para ser única: ser cercana, muy cercana y no dejar de ser siempre ella misma. Pursy irá descomponiendo poco a poco esa idea equivocada de quien le amó más que a nada, y sobre “el árbol de la vida” (así lo llamaba la cantante) su cuerpo reposará exactamente en el mismo sitio donde lo hizo ella. Te das cuenta que a veces la ignorancia puede ser una gran virtud y que a veces el saber puede ser un terrible defecto que te aleja de lo auténtico. El respeto nace de dentro, no hay libro, no hay manual, no hay dogma ni refrán, ÉSE...es innato. Miro a Pursy, tan amargamente dulce, tan enfadada con el mundo por su desarraigo, dieciocho años, efervescente, y grita con el tono más suave y sincero que he oído jamás:”Quiero ser normal, pero la vida no me deja”. La seducción encarnada en una cara lavada, fresca, labios carnosos, mirada perdida, un vestido blanco, ajustado como esos recuerdos que le aprietan, que le ahogan el alma, y admiro a una joven que sólo necesita luchar desde el abandono. La cámara quieta, pausada, que contempla, que nos atrapa, y digo “nos” porque tú y yo somos parte de esta historia…de un amor que nace de un pacto. Esa Lolita que se interpone entre los adultos que no conocen de enamoramiento, camino de los cuarenta y se complementan sin deseo…Lawson respira por el diente de león, dorada niña de su creación.
Y nace la sorpresa de otra frase hecha, enunciada por uno de los grandes: “¿Por qué quedarse en la tierra salvo para crecer? Y Pursy crece a raíz de una canción, un regalo de su madre que pone punto y aparte en su camino: una nueva etapa fundamentada en el amor, el esfuerzo, el estudio y la responsabilidad. La segunda parte del film subraya la temática social y personal de nuestros protagonistas: la enfermedad, la juventud, la madurez, la fuerza de voluntad, la lucha por llegar a ser alguien, huir del fracaso, aprender de los errores ajenos, creer en uno mismo, alimentarse de palabras hasta romper en mil pedazos la razón, aprender cada día y acercarse al saber, a la cultura…
Cara a cara, el mar de fondo, sonido externo, fuera de campo, y una mesa de ajedrez, pequeñita, en el centro de dos hombres que desbordan amistad a fuego lento, y las verdades se mueven a la velocidad de las fichas, de las jugadas, pausadas y cercanas, ¿acabará Lawson su libro? La película está conducida por una voz en off que cala hondo, necesaria, reconfortante, porque te da esperanzas, porque te acompaña hasta el clímax. Y las estaciones pasan como los recuerdos de Pursy, la cámara en la intimidad de un sofá, frente a sus ojos, confiesa cómo se inventaba los recuerdos de su propia madre con tal de mantenerla viva en su cabeza, en su corazón…Y de nuevo Bobby en escena arranca con fuerza palabras de autores, se trata de ser todo, menos ser quien de verdad eres…los mejores amigos, casi como padre e hijo se echan en cara lo que encerraba su alma desde hace más de nueve años, cuando un pobre niño dejó de ser niño, amistad que llega a transmitir agobio y dependencia, entre lágrimas podemos ser más hirientes, pero el dolor no debe faltar nunca, eso es por lo menos lo que he aprendido con esta película. El dolor nos despierta, nos hace valorar lo que somos y a quien tenemos a nuestro lado, sin dolor no existe lucha y sin lucha no hay metas que alcanzar, vives pero sin saber qué es la vida. Y llueve sobre mojado mientras la profundidad de campo en la calle denota oscuridad, versus el calor de la chimenea que ilumina dos cuerpos abrazados, pero simplemente porque tienen frio. Un libro que se quema porque hasta que ella apareció nada tenía sentido, no existía el principio ni el final. Este es el momento más hermoso, cuando la cámara se encierra en ellos dos seguido de planos sucesivos en sus rostros, sus voces, sus verdades, a flor de piel, y respetados por el silencio, ella le da paso él, y ella también necesita hablar, desnudarse por dentro…el objetivo concluye con un primerísimo primer plano…y no puedo seguir escribiendo…Tan sólo puedo decir que cada invierno en Nueva Orleans pudo quedar en el olvido, para que en una vieja casa naciera una primavera distinta, con ventanas verdes como la hierba, y paredes azules como el cielo. Una nueva etapa repleta de obsesión, amor y pasión, porque para Bobby Long, y para muchos amantes de nuestra vida, cada día puede ser el último…
Un día de estos…cuando hagas limpia de alguna vieja caja, un olvidado cajón, o del maravilloso baúl de los recuerdos, te acordarás de esta película, de cómo Pursy Will, con dieciocho años, descubrió a su padre y a su madre en una simple partitura. Y sólo tendrás ganas de llorar, llorar, llorar…porque sabes que jamás volverás a estar solo, porque habrá alguien que dará forma a tus recuerdos y pintará el pasado con un te quiero, con un abrazo, con una palabra…o por qué no…con una CANCIÓN…
Yesterday I had a dream; I can fly through the sky….
Marta Edo Lorrio

Las horas, de Stephen Daldry

Entiendo a su corazón, más no comparto la concentración del egoísmo. Su mente atormentada, ansiosa de capricho y variedad. Un lesbianismo tricolor, porque tres son las miradas que no quieren ver. Son palpitantes, confusas, densas, arrogantes, extrañas, pesadas, repetitivas, sentimentales…así son Las horas, largos minutos de cine pero inquietantes al alma.
El sonido no diegético me enamora. La composición musical actúa en simbiosis con la composición fotográfica, es un versus acomodado, como un objetivo audiovisual que eriza las ansias. Lo gris, lo urbano, lo exquisitamente natural y completamente compensado. Un comienzo de ansiedad, los primeros planos carecen de cotidianeidad, el argumento se presenta absorto, y emborracha mi sentido audiovisual. Se trata de una necesidad, mi respuesta a una cámara soberbia que nos deleita con interpretaciones selectas y delicadas. Los planos medios describen carentes de profundidad de campo para acercarnos a los rostros, ellas son las protagonistas, su expresividad es aliento dramático en cada uno de los fotogramas. Feminismo atroz equilibrado con la seguridad del macho, lucha de sexos en apariencia, complejidad de mujer en realidad. Estamos ante una cinta cruda, amarga y absolutamente tranquilizadora a priori.
La escritora lucha mientras escribe y escribe porque cree que así lucha, la joven Laura quiere incluir una transformación radical en su rutina, y Mrs. Dalloway ama, adora, idolatra a un hombre suspirando a la vez por un apaciguador momento homosexual. No es más que el enfrentamiento a la vida de ayer, de hoy y de nuestro mañana, relaciones escritas con tinta negra y en ocasiones azulada. Pánico a luchar y pasos agigantados hacia la locura, y todo… por engañarse a uno mismo, todo…por no ser capaz de entenderse a uno mismo, todo…por AMAR a quien no se debe amar.
Historias corales, que se amamantan, que se sostienen, que se aguantan… ¡Es tal la pureza cinematográfica! Los recursos narrativos nacen de la fusión de los elementos, casi como un gran acordeón donde no existe la distinción entre sus notas. Tan sólo importa el compás, un ritmo que marca a pasos agigantados, se acelera tu corazón y lo consigue con un único ingrediente: la apariencia. Estamos ante un posible arte de la tranquilidad, planos en sucesión, figuras en armonía, y un escenario embelesado que se acopla a las circunstancias. Derrocha realismo, naturalidad, suspira…un filme que suspira y suspira de manera circular. Una película de color púrpura, un reparto sencillamente perfecto, y una luz que reconforta. A destacar sus hilos conductores, la fusión de un único relato en tres disfraces, y apenas me percato de los cortes, es más… ¿dónde están?, sólo puedo hablar de fusión, ¿habéis sentido que el pasado no existió jamás? Capacidad para flotar en el presente y hacer de los recuerdos una suave madeja que nos enreda en este mismo instante. La puesta en escena es exquisita, refinada en los detalles y familiar en sus planos. La reiteración del flash back contiene el mensaje del film, los usos argumentales son de un alto nivel, la narración, por tanto, abruma el corazón.
Si no hubiese un ahora, un mañana o un ayer. Si no hubiese un hasta ahora, un cuídate o un hasta siempre. Si no importase nada porque no supiéramos lo que de verdad es importante. Si no existiese el transcurso del tiempo o si no sintiéramos el peso de cada momento. Si supiéramos quiénes somos en realidad, que fácil sería vivir…vivir…y vivir… con tan sólo unas horas…

Marta Edo Lorrio

Tíovivo c.1950, de José Luis Garci

Resulta complicado resaltar un tema principal que explique el argumento, ahora mismo mi mente se presenta como un barroco de imágenes, como un rococó de sueños. Para los más curiosos podríamos decir que Tiovivo c.1950 no es más que lo que su propio nombre indica, una pequeña feria pero que aparece teñida de color gris, una fiesta de la realidad casada con la pureza del recuerdo. Lo que más me ha molestado es que me topé con lo que ya me avisaron, con esa profundidad que requiere madurez en el espectador, y Garci por primera vez…me ha acercado al aburrimiento. Tal vez sea más justo hablar de pesadez audiovisual, aunque reconozco que el retrato de Madrid exige respeto. Es un filme difícil de digerir en la tierna juventud, pero fabuloso para educar la mirada, pues si hay algo que posee Tiovivo, es historia del alma, y eso…nos guste o no, reside en el Cine de butaca, y no en los manuales.
La temática flota en un previsor destino de la mayoría de los personajes. La ilusión, el amor, el poder…podrían ser algunos de los numerosos temas que aparecen en el film, y todos ellos se sostienen por uno principal: la vida de un auténtico Madrid, el Madrid de 1950. Garci es un hombre familiar, de esas personas tan auténticas en sus palabras que logran abrazar al espectador con sus películas. Por eso…Tiovivo se recrea en una complicidad de todos los órdenes, en la amistad de cada plano, en la luz de los que creíamos que jamás podría volver a ser iluminado.
Fluye la técnica tranquila y rezagada del director a través de planos fijos, de la escasez del brusco movimiento y de la aparición del travelling excesivamente lento, pero capaz de agitar más de un corazón transparente. Porque eso es Tiovivo c.1950, el retrato de la capital, la descripción del epicentro, el grito de lo que sólo fue silencio. Como interesante percepción técnica destacamos una cámara quieta que no sigue a los actores, y unos actores que no siguen a esa cámara quieta. La libertad de esas clases de baile se acopla a esta cuestión como ejemplo de un objetivo que reposa, que nos enseña…Una cámara que de nuevo se esconde, una cámara que ‘persigue’ a los personajes con la mayor suavidad que exige el realismo puro, una cámara que se acerca y se aleja lentamente en tan maravillosas escenas, una cámara -y siento repetirme- que nos ENSEÑA…
Encuadres perfectos, exquisitos, rabiosamente bellos. Planos generales, muestra de acertadísimos escenarios, planos americanos casados con el cine de aquel entonces, al igual que planos detalle en los que un café derramado contiene la esencia de toda una secuencia. Los planos medios como punto de origen reflejando la importancia del medio corto enlazado generalmente a un primer plano…y los fondos…a menudo desenfocados porque el futuro puede ser turbio durante la presión social. El fundido a negro que cierra el primer acto, y una música amaestrada para llegar a los instantes precisos, en los momentos en los que más lo necesitan, aunque a veces no se lo merezcan. Las típicas Garci-conversaciones: fijas, pausadas, de dos…de dos que se miran y parecen actores de un viejo teatro, lejos de la existencia de una cámara. Conversaciones con estructura: los dos, él, ella…los dos, él, ella…él, ella…él…Y de repente un ligero contrapicado, y también dos o tres picados, porque José Luis Garci ofrece todo muy dosificadito, porque alrededor de 1950 no existía el derroche…porque alrededor de 1950 “hay que estar porque hay que tirar para adelante”.
La crítica a la situación que se plantea cuando aparecía un nuevo guión, sumado al rígido régimen que empapaba aquel momento…son elementos que logran provocar la misma rigidez en los rostros de los personajes, o debería decir personas, ya que eso es lo que vemos en el cine de Garci, a ti o a mí, personas.

UNAS PALABRAS PARA UN MAESTRO DEL CINE
El cine le ha salvado la vida varias veces, le da ganas de levantase, le hace flotar y reflotar, le empuja a seguir hacia adelante. En cada una de sus películas hay mucho más que un universo de emoción en imágenes, pues cada creación contiene una o mil noches sin sueño, una o mil partes de José Luis Garci.
Las historias que narra provienen de personas que conoció cuando tan sólo era un niño, algunas son fruto de la ingravidez de su imaginación, y todas contemplan su forma de ver la vida. Sus filmes son una mezcla entre minutos de rodaje y pedacitos de su corazón, como una sopa calentita en pleno invierno. Y es que su cine es una invitación a la felicidad, eso es lo único que pretende el director, dejarnos dentro de nosotros algo que estuvo dentro de él. Sus películas son como las cosquillas…que acarician el alma, un susurro de encuentros, una amapola que todavía permanece cerrada.
Garci ha creado ‘el cine de la tranquilidad’, películas cuyo objetivo descansa en la relajación del espectador, minutos de magia que nos hacen ser mejores personas, que logran algo muy importante: hacernos sentir bien. Su obra es un homenaje a su país, una pequeña muestra de cómo ve él su querida España, a través de una búsqueda de sentido en los espacios y momentos más acogedores. Todavía vive rozando la perfección fílmica, pero considero que lo más importante en esta vida es sentir que lo has dado todo, sentir…que has hecho lo máximo con lo que tenías, y en esto Garci posee matrícula de honor.

Marta Edo Lorrio

La calumnia, de William Wyler

La Calumnia es un retrato psicológico del ser humano, susurros de cine condensados en una cámara que roza la perfección. El inicio es el complemento visual del final, un comienzo purificado a base de luz, un rodaje edulcorado con tela de blancos que refleja la inocencia de la niñez…todo ello con el compromiso del plano medio. La banda sonora derrocha tranquilidad y armonía, dos ingredientes casuales del cine clásico que no tardarán en transmitir tensión, agobio y desasosiego. El clímax de la cinta viene guiado por la mirada cruel y morbosa de una odiosa cría. Sus ojos, encerrados en el detalle, revelan el pecado de la tormenta, una historia audiovisual narrada con una cámara soberbia. Los primeros planos que rescatan la infancia junto a un sonido que se delata sublime, hacen del film un cuadro de gozo narrativo contemplado desde la crudeza de Wyles. La difamación sumida en la niñez, la verdad limitada por el género adulto, y la muerte comprendida en un fuera de campo…

Los juegos cinematográficos son discretos pero ricos en matices. Los movimientos circulares de la cámara enredan a Mary y Rosaly en la complejidad de su desdicha. La escena del desenlace en la casa de los Tildford se mezcla con la esencia del teatro dibujando fotogramas eclipsados. La Calumnia es un grito a los detalles, la puerta del colegio que se abre, se cierra, se abre y se cierra…Wyles nos regala un telón de fondo, una tapadera que terminará rompiendo su silencio. La locura abrazará a Marta con un objetivo intimista mientras sus lágrimas harán más fuerte las creencias de Karen. ¿Existe algo más preciado que la comprensión? Estamos ante una película racional en cuanto a su realización y arrolladora en su argumento. Los personajes son una romería de sentimientos, un aplauso a sus expresiones, un excelente trabajo en el campo interpretativo.
El largometraje encierra al espectador creándole una sensación de intranquilidad compensada con la pasividad de sus escenas. Se puede extraer del director su capacidad de síntesis en la escenografía, terreno donde los elementos se fusionan superando el realismo de los espacios, ejemplo vital es el abandonado colegio o los dormitorios de las niñas…un verdadero anhelo del pasado. Los primeros planos profundizan, analizan y desahogan.

Marta Edo Lorrio

A good woman, de Mike Barker

1930, salto de un continente a otro y Nueva York se cubre de apogeo en Amalfi, tierra italiana narrada con lenguaje audiovisual generoso y brillante. Se abandonan los saxos, el humo de las colillas se ahoga y el misterio clásico de aquel automóvil se desvanece. La narración en primera persona encabeza el argumento de A good woman, un filme tejido con hilo fino, con madeja de oro picante.
Los interiores duermen en color de rosa, espacios cálidos que denotan realismo en cada escena. En su opuesto se delatan los exteriores cargados de guiones puros y encorsetados, a menudo controlados por la claridad del blanco y la tirantez del amarillo. Sin olvidar que la banda sonora renace del molde perfecto, Italia se viste de fiesta original, de magia embriagadora en su glamour familiar. La tensión, la agonía y la traición se construyen con la fluidez de los diálogos: cadenas exquisitas de sutiles palabras, mientras que el matrimonio, la seducción y el inflamable amor soportan la temática de la cinta. La entonación de las palabras existe en cada uno de los personajes, expresiones fugaces y rápidas que llenan de vida e ingenio la creatividad del encuadre. Ambientes precisos complementados por protagonistas precisos que conforman un estilo cinematográfico admirable, los escenarios son humanos, se puede oler, saborear, contemplar y contemplar incansablemente…
El largometraje muestra una composición de elementos clave; los prismáticos, la chequera, el abanico, y un encantador vestido de tarde, ¿o tal vez de noche?...Las féminas reflejan contraste, sus poros emanan la realidad de la contrariedad y absorben riqueza visual. Un temperamento fuerte y distante versus la inocencia calurosa de la ingenuidad…y la juventud sonríe de tristeza sincerándose con el espectador al mostrar el alma de nuestras vidas.
La noche es hermosa, grandiosa, un brote de finura aliñado con la percepción de los detalles: lucecitas que titilan como los versos del templado Neruda, la costa que se rompe en solemnidad, y la luna culmina en un plano general, amargo, pictórico, francamente perfecto. La chispa de la película reside en un terrible deseo de encontrar la verdad, todos queremos que nos desmientan la infidelidad masculina y que la Lolita apacigüe su corazoncito de enamorada. Nos enfrentamos a una trama de complicados enredos, tensión, nervios… y un ahogo que cala hondo, la cuerda del amor tira fuerte las gargantas porque la niña necesita creer en su esposo, a pesar de que los secundarios se empeñen en adaptar los engaños de cama a sus vidas. Los malentendidos son frecuentes en el filme, como agujas punzantes que van reposando en la intimidad de los personajes hasta comprender la crudeza del chantaje.
Estamos ante esa clase de filmes donde el fin puede justificar los medios “a priori”, ya que la imaginación, el pensamiento y la fe confabulan con el triunfo del amor. Una historia sencillamente fabulosa narrada con exigencia y naturalidad…un abismo que no conoce de planos, encuadres o focos…un poema literario transformado en espuma cinematográfica.
La película de Baker embriaga, entretiene y reconforta. Original de Oscar Wilde, el filme ofrece la dosis perfecta para nosotros, los soñadores eternos que buscan y buscan lo que jamás llegarán a encontrar.

Marta Edo Lorrio

Million Dollar Baby,de Clint Eastwood

No existe el latido de una cámara si no es para transmitir un mensaje, es por eso que Million Dollar Baby es una historia de amor narrada a través de un círculo audiovisual que atrapa al espectador desde el primer instante. Alejada de los escenarios convencionales, Clint Eastwood opta por la recreación de una atmósfera inigualable hasta ahora en el Séptimo Arte. Un viejo gimnasio de barrio será la manta que arrope a los personajes a lo largo del film. Teniendo en cuenta que nos encontramos ante una temática profunda y compleja, predominarán ante todo los espacios y rostros arropados por un espectacular plano medio largo. La cámara, entendida siempre desde la frialdad, hará alarde de la tranquilidad y el sosiego en los momentos más humanos, y optará por un ritmo más rápido durante los tensos combates. Los planos generales serán escasos aunque no por ellos insignificantes, espacios como el ring serán vistos a menudo de forma puramente descriptiva acompañada a veces de un ligero picado. El despacho de Frankie aparece como punto de origen para comprender el mundo que se nos plantea, la cámara buscará a Maggie, la enseñará y nos dará una imagen lejana que se hace grande ante el espectador. El plano medio en continuación a un primer plano y en ocasiones un primerísimo primer plano, transforman a la cámara en una herramienta que sigue y olfatea los diálogos, que muestra la esencia de los personajes. Estos serán como un regalo encajado en la pantalla, como magia oculta en un buen encuadre, como un chorro de expresión enamorada del objetivo.

El uso de la grúa o del travelling compone un mundo de herramientas utilizadas desde la naturalidad, desde la tranquilidad…cuyo resultado aparenta siempre elegancia en las formas, y firmeza en los planos. Los personajes actúan completamente ajenos a la cámara, entrando y saliendo en escena como si de una obra de teatro se tratase, sólo que en este caso contamos como un objetivo que no pierde detalle regalándonos cada gesto del film. Los rostros en primer plano en comunión con el fondo desenfocado o viceversa, hacen de Eastwood un creador de estilo en lo que a la realización se refiere. Las imágenes brillarán casi siempre por una iluminación que paradójicamente brilla poco, es ahora cuando la pureza y la sencillez se fusionan para ofrecer un largometraje único en atmósfera. La iluminación, con cierto toque industrial, aparece como una herramienta protagonista para comprender los diversos escenarios. Hablamos por tanto de una luz fría en donde el azul y el verde dan vida a los lugares más secos o poco acogedores. Diría que estamos ante una película pensada sobre gris, inculcando así el concepto de pobreza y miseria con el uso de unos focos exquisitos para un film carente de todo lujo. Son importantes las bombillas que marcan la dramatización de los rostros, normalmente en estado decreciente, ya que la mitad de la cara suele estar fuera de toda luz. Parece ser que el contraluz se nos presenta como una delicada opción para introducirnos en las duras noches de entrenamiento. El gimnasio, en cambio, presenta la característica de la luminosidad pero alejada de la calidez o del calor narrativo.

El precario plano contraplano nos acecha en numerosas ocasiones aunque no de manera excesiva, sorprendiéndonos una cámara que muestra conversaciones desde las esquinas, desde el fruto de los ángulos o desde la cercanía. Es así como podemos ver a un sabio Frankie y a una luchadora Maggie siempre dentro de plano destacados por el acertado plano medio. En la mayor parte del film, los fondos aparecen teñidos por la pulcritud del color negro resaltando de esta forma a los protagonistas. Estos suelen presidir lateralmente el encuadre dejando aire a su lado para el chorro de luz de una ventana, o para la oscuridad que envuelve la soledad de la vida. Porque Million Dollar Baby es una película en donde la luz cae y recae, juega y reposa, grita y calla, ésta es la única manera de conseguir un espacio acorde a una realidad en ocasiones exagerada.
Los planos detalles son pocos pero justos y exactos, un bello ejemplo sería el sonar de un timbre que anuncio el paso al siguiente puñetazo…el empujón a la pelea, el ruido de la violencia…todo ello adornado con la “vitalidad del deporte”.

La voz en off destaca como elemento primordial para acercarnos sosegadamente a la narración que se nos plantea. Eddie, bajo la mirada de Morgan Freeman, hará uso de una magnífica voz que en primera persona irá pintando las escenas que concuerdan con sus pensamientos. Es aquí cuando vemos una sucesión de momentos, de personas, de vidas o escenarios que irán acompañando las palabras del narrador, pasando estas a un primer plano. Las escenas estarán encadenadas con parsimonia y suavidad, mientras que el resto del film conseguirá la continuidad a través de simples cortes, siendo estos un susurro a la ligereza y al sentido del ritmo.

La música no diegética nace con tintes clásicos en los momentos de mayor profundidad o de carga emocional acentuada. Su uso es tan exacto, tan correcto…que cuesta separarla de la imagen. La banda sonora no es algo que destaque principalmente, sino que será más bien el sonido diegético el que de vida a todo el largometraje: los golpes, el ambiente, la respiración, los pasos, el lugar de entrenamiento… Incluso me atrevería a decir que estamos ante un grito al silencio pues el espectador acaba atrapado por las voces, por los diálogos, y se aleja de cualquier efecto sonoro.

Million Dollar Baby es un retrato a la quietud de la vida, un regalo audiovisual, largos pero ligeros minutos que nos explican la simbiosis del amor. Una película que respira realismo, crudeza y pasión, un film narrado con planos desde el corazón, y sobre todo desde el esfuerzo. Clint Eastwood ha querido optar por un estilo clásico en su realización que no por ello simple. Optó por una temática que pudiese estar ubicada en cualquier época y que nos hiciese reflexionar desde el corazón, encontrando así la intemporalidad. Pues la vida, la muerte, y el sentir…son almas eternas…

Marta Edo Lorrio

Beyond the sea, de Kevin Spacey

No es como las demás, no se encierra en lo corriente ni se caracteriza por una composición argumental lineal. No comprende de fantasías ni excesos, no rememora la costumbre del clásico musical. No concuerda con lo estipulado ni maneja las formas cotidianas, no…Beyond the sea es un film narrado a través de un pacto vital, un reflejo de lo que tú y yo somos, de una raíz arrancada con fuerza, de una expresión que renace de la verdad.
Cuando Kevin Spacey era un niño no necesitó argumentaciones para entenderlo, se enamoró de cada composición que generó Bobby Darin, y trasladó su deseo a la gran pantalla. Cuando yo era una niña me enamoré de los sueños, porque sabía que mi imaginación sería la única fiel para el resto de mis días. Hoy…en mi entendimiento, he podido comprobar una vez más que el cine, que lo visual, que lo auditivo, que la creatividad permanece siempre en el recuerdo. Es por eso que un maestro como Spacey, ha sabido retratar una biografía sin la necesidad de referirnos al film como la historia de la vida de un cantante. Estamos ante un testimonio casi personal disfrazado por el homenaje.
Puedes sentir que tu corazón late, que los pies se elevan, que tus labios se separan porque quieren seguirle, y pronunciar sus canciones. Pero también eres testigo de la progresión del color, de la evolución de los planos, de la inspiración capturada en el objetivo. El frio con el calor, lo lento sin lo pausado y la rapidez carente de la pérdida de los detalles. Los focos flotan y caen, suben y bajan, se acentúan y desaparecen…Es perfecta. Una película de luminosidad variable, sus puntos centrales respiran calidez aunque se trabaje con la frialdad. Existe una simbiosis de contrastes acorde a los sentimientos de los protagonistas. Una proeza del amor…se conocieron en el cine, se quisieron en el cine, y se amaron en el cine…
Splish splash…nos recibe con magia. La película presume de vestuario, respira crudeza en la escenografía y la música se traslada a un segundo plano demostrando un film que triunfa con su historia. ¿Os habéis enfrentado alguna vez a vosotros mismos? ¿Habéis preguntado de frente, sin tapujos, al niño que lleváis dentro? ¿Por qué lo hace Darin? ¿Por qué lo hizo Spacey? La infancia es el motor que nos mantiene la esperanza…Y del flash back al feed back y se pasa al feedfoward para jugar con una elipsis temporal que no termina hasta el último segundo del film, momento en el que el artista se encuentra así mismo.
Fotogramas únicos, irrepetibles, sospechosamente asombrosos. Viveza en los rostros, realismo en los detalles, y un gusto por el cenital a menudo ligeramente picado otorgando de grandiosidad a la práctica totalidad de las escenas. Los primeros planos son casi una necesidad, porque no había mesa en la primera fila del Copa Cabana, y Nina necesitaba sentir cerca, visualizar, contemplar y escuchar a su fruto, un niño del pasado…
No separéis los temas musicales de la película, y si lo hacéis, cerrar los ojos, fuertemente, y mirar lejos…muy lejos…en vuestra mente…mirar beyond the sea…y sabréis por qué Bobby Darin luchó por ser simplemente auténtico, sabréis por qué la gente sólo escucha lo que ve.

Marta Edo Lorrio

2046, de Wong Kar Wai

“El amor requiere el momento oportuno”, pero para conocer a Wong Kar Wai cualquier momento puede resultar perfecto. Y si entendemos que la vida es tiempo y que el tiempo es vida, podremos definir el estilo de este genio del cine como verdadera poesía.

Manejar cada segundo como si fuese único es lo que hace que Wai se convierta en un creador de encuadres, escenarios donde el vacío, el silencio y el detalle componen la esencia de sus películas. Este hongkonés consigue narrar a través del sonido y nos enseña a escuchar contemplando sus imágenes. Y si existe algo que caracterice al director es su deseo de transmitir lo más sencillo haciendo uso de la práctica más compleja. Tal vez por ello haya dedicado casi cinco años para presentar 2046, un film que respira realidad, aspira el recuerdo y expira en el corazón, dejando huella de esa plenitud cinematográfica con la que todo espectador ha soñado alguna vez.

In the mood for love y 2046 pueden parecer tan diferentes, que quizás por esto Wong Kar Wai sólo pueda concebirlas en la fusión de una única película, como cuerpo y alma, en donde la primera amamanta a la segunda, quedando ésta como una nueva creación.
Deseando amar es la recreación de una cámara que observa, busca y encuentra, una cámara que muestra el movimiento a través de la lentitud, siendo el ralentizado la muestra más representativa de ese especial trato del tiempo. Cuando ella entra, cuando ella sale, cuando él entra, cuando él sale, cuando ella le mira…, es entonces cuando nos convertimos en testigos de ese transcurso del vivir, los días pasan pero no por ello hay que seguirles como si fuésemos su sombra.
Hay instantes de 2046 que parecen insertos de In the mood for love: una mano, un pie, una arrugada bombilla, la reiteración de puertas –capaces de introducirnos en algo más que simples habitaciones-. Unos zapatos, y un cigarrillo, y humo, y otro cigarrillo, y más humo, y un termo, y humo, y comida, y de nuevo un cigarrillo, y humo, humo, humo…Pero siempre lloviendo sobre mojado.
Los movimientos de cámara unen argumentos, enlazan contenidos y aportan esa continuidad que empuja al espectador en la historia. Pero en este caso, la magia de Wai radica en una técnica similar pero con efectos totalmente opuestos. Si pretendes que la técnica te ayude a tejer lo que ocurre en esa esperada pantalla, entonces no habrás comprendido al ‘maestro’ del cine contemporáneo. En 2046 la cámara hace que te sientas perdido olfateando demasiada información técnica, demasiada información visual, donde todo puede ser considerado demasiado porque Won Kar Wai resulta sublime.
Si en Deseando amar percibíamos esa chispa innovadora que nos enamoraba, en 2046 esta chispa se ha transformado en llama creando una película que a veces abrasa. Ha querido dar tanto, que el espectador se estampa, se tropieza, se rinde en ligeros instantes, pero en seguida se recupera para convertirse en testigo de una cámara cuyo ojo reside en el alma. Si crees en la libertad audiovisual en todos los ámbitos, si crees que las segundas partes deben ser vistas con mirada recién nacida, si crees que la comparación duerme en la equivocación, entonces 2046 es locura embriagadora, infinita… Pero si eres de aquellos que no necesitan más que lo que en su día fue único, entonces sabrás que In the mood for love era suficiente para llenar ese vació que pensabas llenar con 2046.
Algunas escenas del film son un grito a la correspondencia, donde cada elemento parece ser pieza de un necesitado rompecabezas. Un vestido verde a conjunto con una pared verde, con una iluminación única y en definitiva una implicación de planos a menudo precarios. En realidad son estos los que más caracterizan al director, escenas bañadas con rodillo unificador proponiendo una conjunción cromática que parece evidente. En esta película el director ha querido jugar con el temor del tiempo para realizar cualquier experimento visual, es por ello que 2046 probablemente sea una película sin guión narrativo, pero con frases técnicas más que ensayadas.
Es común que en 2046 añoremos la parsimonia que en Deseando amar nos aceleraba el corazón, pero también es verdad que tal vez el director ha querido representar el poder del tiempo como protagonista de su película. Un tiempo que provoca continuos movimientos de acercamiento, de alejamiento, de acercamiento, de alejamiento…en donde la cámara por fin nos revela que es la encargada de manejar los segundos a su antojo. En definitiva, un juego de técnicas en el que no existen instrucciones.
Si hay algo que sigue latente en la película es el realismo de los primeros planos, estos aparecen envueltos por una cámara que casi roza los rostros. Planos detalle apestando a humo de soledad, planos detalle en los que esos pies encajados en sus bonitos zapatos nos hacen mover nuestros pies, planos detalle en donde una lámpara puede dar menos luz que la oscuridad.
Si eres de los que dice ‘en la vida hay tres cosas importantes’ y una de ellas es la música, lo habrás argumentado con las películas de Wai, minutos de cine en los que las canciones serán las únicas que se alejen de la ficción. Una banda sonora que discrepa con aquello de que una imagen vale más que mil palabras. Esa clase de música que no conoce fronteras y que seguramente, llevábamos mucho tiempo buscando.
2046… una metáfora de la memoria, una utopía, un paraíso perdido”. Wong Kar Wai…un director que indaga en cada uno de nosotros.
Marta Edo Lorrio