viernes, 14 de enero de 2011

Tiempos de azucar, de Juan Luis Ibarra


No recuerdo el número de veces que he podido ver esta película, quizás sea como una obsesión por un film determinado y no existe explicación alguna. Sólo sé que me siento como cuando era niña y mi madre me quitaba de las manos la película de Alicia en el país de las maravillas. Dice que me pegaba frente al televisor por la tarde, los trescientos sesenta y cinco días del año, y pronunciaba cada palabra de aquel infantil guión. Ella empezaba a estar preocupada, no había manera de cambiarme de cinta, sólo quería ver a Alicia, sin parar, y algo parecido me pasa desde hace algún tiempo, cuando descubrí la obra que hoy tengo entre mi corazón y mi razón, Tiempos de Azúcar.
Cada uno de nosotros hablamos a través de lo que sabemos hacer, y cuánta más pasión depositamos en lo que de verdad nos hace sentirnos únicos y distintos al resto, es entonces cuando sentimos que la felicidad a penas dura un instante. Pero lo mejor de todo, es que puedes ser feliz tantas veces quieras, porque está dentro de ti, eso es por lo menos lo que muchas veces podemos llegar a pensar. Pero en esta ocasión nos encontramos ante una obra extremadamente compleja precisamente por la sencillez y cotidianeidad de la temática. Si os dijera que voy a hablaros de un amor platónico, de un amor de chiquillos, de un amor inalcanzable…si os dijera que ser testigos de esta película es más importante de lo que os habíais podido imaginar…si os dijera a aquella persona o personas que me leen…que en ciento doce minutos tienes concentrada la esencia de la vida…si os dijera todas estas frases...tal vez lograría que no abandonarais todavía mi reflexión, y que os quedarais un ratito más junto a mis palabras…Palabras que tal vez no lleguen al corazón de nadie, pero que por lo menos salen de un corazón, eso es lo que de verdad importa.
Un anochecer en un cine de verano, dos almas gemelas, el proyector de fondo, un fundido a negro, y se entremezcla el aroma dulce de la vida con el amargo sabor de la muerte. Y surge un nuevo amanecer, frente al mar, vigilado por las gaviotas, amparado por la espuma mediterránea encerrándose en un plano general, y desaparece el sol, la madre de Miguel está muerta, y él no puede llorar…ya lo decía la Señora Concha…a veces simplemente el dolor te ahoga, y nos sentimos culpables por no sentirnos mal en un momento tan triste, menuda tontería, pero hasta que Miguel no sea mayor, no se dará cuenta que las lágrimas son como el chispeo de la lluvia, vienen y se van, pero nunca sabes cuándo con exactitud. Como escenario principal el Horno de L’Alteana, y como protagonista la representación de todos los valores que componen nuestra vida: Miguel y Ángela. La banda sonora acompaña cada instante aportando la mayor intensidad, observa el retrato de su madre, suenan los violines, y él sonríe porque va a luchar por todo lo que su madre le enseñó, porque tiene un objetivo y lo cumplirá. Un plano detalle que anuncia el cartel de “abierto”, el objetivo que se aleja y de nuevo surge la luz en las calles, la gente se asoma al mañana, el ritmo de la rutina se transforma en un telón de fondo, y ahora…son el sonido de los instrumentos de viento los que nos enseñan el mercado, al barbero, a los hombres que hablan de sus cosechas, a las laboriosas mujeres que charlan y no están quietas, y la cámara recorre cada pequeño elemento que compone aquel lugar. Aparece con rapidez uno de los primeros seiscientos, y Santiago y Concha recorren las carreteras de los alrededores mientras la voz de ella, agradecida, nos enseña otro amor que nacerá entre curvas de sueño.
Plano contraplano de un par de chiquillos, nos dan la espalda, ella, tan niña…le rodea con su brazo para consolarle, y en ese momento comienzan los mejores tiempos, los tiempos de azúcar, los tiempos en los que se olvidaron tantas cosas por decir, los tiempos en los que “a veces es bueno decir te quiero en voz alta” para no encerrar demasiado el orgullo y el espíritu. Cae la primera lágrima de Miguel, en lo alto del mirador acaban de convertirse en parte del otro sin darse cuenta, sin saber que la noche se enamorará del día.
Agradezco de manera infinita que pueda ver tradiciones de mi país en un cine tranquilo y sosegado para el alma, porque me enseñan a ser crítica, a entender la mente de los mayores, a conocer por qué los españoles somos tan auténticos, a comprender por qué saltar una hoguera en la noche de San Juan, se puede convertir en la ilusión más importante de una niña. Me hace recordar a nuestro querido pintor Sorolla, con esos lienzos de los niños jugando en el mar, porque cuando eres crio, los juegos no son más que tus más sinceras obligaciones, algo que Miguel jamás podrá experimentar. Una infancia complicada pero siempre adornada con una sonrisa, aprendes que no existe el cansancio aunque tengas trece o catorce años y seas diferente a los demás. Aprendes que para llegar a conseguir algo, debes hacerte amigo del sacrificio y el esfuerzo pero siempre acompañado por la felicidad. Cuántas y cuántas veces ella se cuela por la ventana del obrador para que abandone sus pasteles por un segundo y la mire con su traje de comunión, él tiene que trabajar, no podrá ir a su gran día, pero le preparará la tarta más bonita del pueblo. La escenografía es un cúmulo de realismo y naturalidad, la puesta en escena es parte de un sueño y a la vez tan simple y acertada que es imposible no formar parte de su desarrollo. La fotografía es cálida, agradable, sensitiva, fresca, chispeante…Ella le mira desde su balcón…el sonido cambia por completo, y un feed forward transforman a Ángela en una guapa y seductora jovencita en un segundo, poder del Séptimo Arte que nos traslada a dónde queramos y cuándo queramos en el menor tiempo posible…Rock and Roll de fondo, y Miguel la espera abajo, fuegos artificiales, melena rubia, vestido de reina de las fiestas, y te das cuenta de cómo pasan los años, que siempre volverá a amanecer, y él estará ahí…mirándola como si fuese el primer día, cuidándola más que a su vida. Son comunes los primeros planos de sus rostros, él, ella, él, ella, y dos miradas que se funden porque son ojos que necesitan ser mirados, amistad que parte del cariño para traspasar a los nuevos problemas de la adolescencia.
Y nace la segunda parte del montaje, fotogramas ensamblados con firmeza y estilo, el resultado es magnífico, te sientes identificado y atrapado a la vez. Abre los ojos Miguel, despierta, la tienes frente a ti, echándote en cara tu obsesión por el trabajo, ella no entiende tu manera de ver la vida. En la parte trasera de la pastelería un magnetofón recuerda la música de los setenta, ella le invita a bailar, se menea con su ropita ceñida de verano, le invita a un simple baile que para él es la encarnación de su timidez y desasosiego, y se encierran los dos en el encuadre, sin dejar de bailar, ella cae sobre él…y el sonido se transforma pero no existe el beso, sólo Miguel sabe que la ama. Salto agigantado al hogar de Concha, gran confidente de Miguel, casi como la madre que desapareció del aroma a vainilla y chocolate, como una prolongación de sus sentimientos. La cámara se acerca hasta su terraza, mostrándonos un jardín que enamora, que desprende fragancia de verano, puedes oler, tocar, escuchar los dilemas de la mujer madura, la mujer que duda sobre su concepto del amor, no sabe si está enamorada de Santiago, y Miguel sólo sabe escuchar…escuchar que las peores mentiras no son las que recaen sobre los demás sino las que afectan a uno mismo. De ella aprende que las cosas importantes de la vida tienen que hacerse con pasión…como Miguel y sus pasteles…y él recuerda en un flash back interior la voz de su madre…doce claras de huevo, una ralladura de limón, ciento cincuenta gramos de azúcar, almendra picada…Miguel ha vuelto a renacer, el artista cree de nuevo en uno mismo, y trabaja en su mejor obra, una vieja receta que su madre guardó en el secreto, y que es capaz de enamorar a Ángela. Pero el destino, desconocido por completo, trunca los planes de un joven para traspasar el poder del dulce a un hombre mayor, ella jamás logrará probar esa tarta, y no habrá hechizo, sino que el tiempo marcará sus pautas, cada uno en su sitio, ella dispuesta a comerse el mundo, egoísta por no querer sufrir por el amor, ambición al límite, ansias de vivir y vivir lejos de aquel pueblo, mientras que Miguel concibe cada estación como un vaivén más de su desconsuelo. El hombre que se siente menor que ella, como eclipsado, descartando sus posibilidades porque la idolatra, grave error del amor, sentirse ínfimo al lado de una mujer. Algo dentro de él le avisa que ella jamás será para él, como una nube inalcanzable, que por muy alto que vueles y llegues hasta ella, cuando la quieras tocar se desvanece…
El film nos argumenta de manera delicada el conflicto del mejor amigo capaz de dar un paso al primer y único amor. Han trascurrido los años, y los dos, en su cine de verano, con una despampanante Brigitte Bardo que ilumina la noche, entre notas francesas acarameladas, Miguel se da cuenta que la situación se le escapa de las manos. Corte acelerado y comienza una tormenta, ella gira y gira sobre su eje, su vestido empapado, y él sólo sabe mirarla, porque la desea.
La época franquista con el Proceso de Burgos, las universidades, las persecuciones constantes, las manifestaciones estudiantiles, los grises, la rebeldía de una luchadora, la dureza del régimen, un tirano, un dictador, y la frustración de una estudiante que debe estudiar Derecho pero con la boca callada. Qué paradoja, la película da un giro espectacular, nos ofrece dosis de realismo e historia nacional, recordamos cómo aquellos jóvenes tuvieron que luchar por su propio mundo, como Ángela, que se reencuentra con Miguel en su añorado pueblo, le hace ver que los dos tienen que creer en lo mismo, porque es el mismo mundo para los dos, pero él le quita la venda de los ojos…Tu mundo…Ángela…jamás será como la mesa del obrador...restos de suave harina, manos que trabajan con minuciosidad, y perfección en cada detalle…Hay unos que se quedan y otros que simplemente se van…
Surge la lucha entre dos hombres, una cámara quieta desde la orilla marca el punto de partida para una carrera entre iguales, llegar hasta la Mañosa en mitad del mar es su objetivo, ambos saben que en realidad se disputan el amor de ella, pero siempre basándose en el respeto. Por eso es tan importante esta película, porque existen promesas, obligaciones, metas, sueños, sacrificios, porque existe una búsqueda de la felicidad, que desde el inicio de la cinta percibes que será trastocada. Porque el director nos regala enseñanzas, porque en mitad de un paso doble español Miguel pierde al amor de su vida, porque en una estación de tren Miguel pierde a aquella niña que sólo quería jugar y jugar con él, porque en el horno del obrador Miguel no sabe decir te quiero en voz alta cuando ella se lo está pidiendo a gritos…porque Miguel…desaparece…como su madre…y su voz se pierde…cuando ya es demasiado tarde…cuando Ángela descubre que existen los errores…que a veces hay que equivocarse y querer a otro hombre para darte cuenta que tenías a la mitad de tu vida en frente de ti, durante más de cuarenta años…porque él te vio nacer y desde ese instante fuiste parte de él…
Imaginaros…ser hombre…y que Ángela, tan guapa, tan simpática, tan lista y divertida, tan perfecta como decía Miguel, te pide entre lágrimas “Dime que no me case, dime que no me case”…imaginaros…saber que estás perdiendo parte de ti para entregársela a otro que jamás será parte de ella…
Si algún día decides ver esta película, sólo puedo decirte una cosa, tal vez no te guste, quizás te decepcione o puede que te encante, eso es lo de menos, lo realmente importante es que en algún instante te habrás sentido como Ángela, o como Miguel, estoy completamente segura, también sé que recordarás dos cosas: una que la vida es como un pastel, y otra que debes creer SIEMPRE en ti mismo, en cómo eres y en lo que haces, y si me permites una tercera y última moraleja…recordar…por siempre…que a veces es bueno decir te quiero en voz alta…
Marta Edo Lorrio

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