1930, salto de un continente a otro y Nueva York se cubre de apogeo en Amalfi, tierra italiana narrada con lenguaje audiovisual generoso y brillante. Se abandonan los saxos, el humo de las colillas se ahoga y el misterio clásico de aquel automóvil se desvanece. La narración en primera persona encabeza el argumento de A good woman, un filme tejido con hilo fino, con madeja de oro picante.
Los interiores duermen en color de rosa, espacios cálidos que denotan realismo en cada escena. En su opuesto se delatan los exteriores cargados de guiones puros y encorsetados, a menudo controlados por la claridad del blanco y la tirantez del amarillo. Sin olvidar que la banda sonora renace del molde perfecto, Italia se viste de fiesta original, de magia embriagadora en su glamour familiar. La tensión, la agonía y la traición se construyen con la fluidez de los diálogos: cadenas exquisitas de sutiles palabras, mientras que el matrimonio, la seducción y el inflamable amor soportan la temática de la cinta. La entonación de las palabras existe en cada uno de los personajes, expresiones fugaces y rápidas que llenan de vida e ingenio la creatividad del encuadre. Ambientes precisos complementados por protagonistas precisos que conforman un estilo cinematográfico admirable, los escenarios son humanos, se puede oler, saborear, contemplar y contemplar incansablemente…
El largometraje muestra una composición de elementos clave; los prismáticos, la chequera, el abanico, y un encantador vestido de tarde, ¿o tal vez de noche?...Las féminas reflejan contraste, sus poros emanan la realidad de la contrariedad y absorben riqueza visual. Un temperamento fuerte y distante versus la inocencia calurosa de la ingenuidad…y la juventud sonríe de tristeza sincerándose con el espectador al mostrar el alma de nuestras vidas.
La noche es hermosa, grandiosa, un brote de finura aliñado con la percepción de los detalles: lucecitas que titilan como los versos del templado Neruda, la costa que se rompe en solemnidad, y la luna culmina en un plano general, amargo, pictórico, francamente perfecto. La chispa de la película reside en un terrible deseo de encontrar la verdad, todos queremos que nos desmientan la infidelidad masculina y que la Lolita apacigüe su corazoncito de enamorada. Nos enfrentamos a una trama de complicados enredos, tensión, nervios… y un ahogo que cala hondo, la cuerda del amor tira fuerte las gargantas porque la niña necesita creer en su esposo, a pesar de que los secundarios se empeñen en adaptar los engaños de cama a sus vidas. Los malentendidos son frecuentes en el filme, como agujas punzantes que van reposando en la intimidad de los personajes hasta comprender la crudeza del chantaje.
Estamos ante esa clase de filmes donde el fin puede justificar los medios “a priori”, ya que la imaginación, el pensamiento y la fe confabulan con el triunfo del amor. Una historia sencillamente fabulosa narrada con exigencia y naturalidad…un abismo que no conoce de planos, encuadres o focos…un poema literario transformado en espuma cinematográfica.
La película de Baker embriaga, entretiene y reconforta. Original de Oscar Wilde, el filme ofrece la dosis perfecta para nosotros, los soñadores eternos que buscan y buscan lo que jamás llegarán a encontrar.
Marta Edo Lorrio
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