No existe el latido de una cámara si no es para transmitir un mensaje, es por eso que Million Dollar Baby es una historia de amor narrada a través de un círculo audiovisual que atrapa al espectador desde el primer instante. Alejada de los escenarios convencionales, Clint Eastwood opta por la recreación de una atmósfera inigualable hasta ahora en el Séptimo Arte. Un viejo gimnasio de barrio será la manta que arrope a los personajes a lo largo del film. Teniendo en cuenta que nos encontramos ante una temática profunda y compleja, predominarán ante todo los espacios y rostros arropados por un espectacular plano medio largo. La cámara, entendida siempre desde la frialdad, hará alarde de la tranquilidad y el sosiego en los momentos más humanos, y optará por un ritmo más rápido durante los tensos combates. Los planos generales serán escasos aunque no por ellos insignificantes, espacios como el ring serán vistos a menudo de forma puramente descriptiva acompañada a veces de un ligero picado. El despacho de Frankie aparece como punto de origen para comprender el mundo que se nos plantea, la cámara buscará a Maggie, la enseñará y nos dará una imagen lejana que se hace grande ante el espectador. El plano medio en continuación a un primer plano y en ocasiones un primerísimo primer plano, transforman a la cámara en una herramienta que sigue y olfatea los diálogos, que muestra la esencia de los personajes. Estos serán como un regalo encajado en la pantalla, como magia oculta en un buen encuadre, como un chorro de expresión enamorada del objetivo.
El uso de la grúa o del travelling compone un mundo de herramientas utilizadas desde la naturalidad, desde la tranquilidad…cuyo resultado aparenta siempre elegancia en las formas, y firmeza en los planos. Los personajes actúan completamente ajenos a la cámara, entrando y saliendo en escena como si de una obra de teatro se tratase, sólo que en este caso contamos como un objetivo que no pierde detalle regalándonos cada gesto del film. Los rostros en primer plano en comunión con el fondo desenfocado o viceversa, hacen de Eastwood un creador de estilo en lo que a la realización se refiere. Las imágenes brillarán casi siempre por una iluminación que paradójicamente brilla poco, es ahora cuando la pureza y la sencillez se fusionan para ofrecer un largometraje único en atmósfera. La iluminación, con cierto toque industrial, aparece como una herramienta protagonista para comprender los diversos escenarios. Hablamos por tanto de una luz fría en donde el azul y el verde dan vida a los lugares más secos o poco acogedores. Diría que estamos ante una película pensada sobre gris, inculcando así el concepto de pobreza y miseria con el uso de unos focos exquisitos para un film carente de todo lujo. Son importantes las bombillas que marcan la dramatización de los rostros, normalmente en estado decreciente, ya que la mitad de la cara suele estar fuera de toda luz. Parece ser que el contraluz se nos presenta como una delicada opción para introducirnos en las duras noches de entrenamiento. El gimnasio, en cambio, presenta la característica de la luminosidad pero alejada de la calidez o del calor narrativo.
El precario plano contraplano nos acecha en numerosas ocasiones aunque no de manera excesiva, sorprendiéndonos una cámara que muestra conversaciones desde las esquinas, desde el fruto de los ángulos o desde la cercanía. Es así como podemos ver a un sabio Frankie y a una luchadora Maggie siempre dentro de plano destacados por el acertado plano medio. En la mayor parte del film, los fondos aparecen teñidos por la pulcritud del color negro resaltando de esta forma a los protagonistas. Estos suelen presidir lateralmente el encuadre dejando aire a su lado para el chorro de luz de una ventana, o para la oscuridad que envuelve la soledad de la vida. Porque Million Dollar Baby es una película en donde la luz cae y recae, juega y reposa, grita y calla, ésta es la única manera de conseguir un espacio acorde a una realidad en ocasiones exagerada.
Los planos detalles son pocos pero justos y exactos, un bello ejemplo sería el sonar de un timbre que anuncio el paso al siguiente puñetazo…el empujón a la pelea, el ruido de la violencia…todo ello adornado con la “vitalidad del deporte”.
La voz en off destaca como elemento primordial para acercarnos sosegadamente a la narración que se nos plantea. Eddie, bajo la mirada de Morgan Freeman, hará uso de una magnífica voz que en primera persona irá pintando las escenas que concuerdan con sus pensamientos. Es aquí cuando vemos una sucesión de momentos, de personas, de vidas o escenarios que irán acompañando las palabras del narrador, pasando estas a un primer plano. Las escenas estarán encadenadas con parsimonia y suavidad, mientras que el resto del film conseguirá la continuidad a través de simples cortes, siendo estos un susurro a la ligereza y al sentido del ritmo.
La música no diegética nace con tintes clásicos en los momentos de mayor profundidad o de carga emocional acentuada. Su uso es tan exacto, tan correcto…que cuesta separarla de la imagen. La banda sonora no es algo que destaque principalmente, sino que será más bien el sonido diegético el que de vida a todo el largometraje: los golpes, el ambiente, la respiración, los pasos, el lugar de entrenamiento… Incluso me atrevería a decir que estamos ante un grito al silencio pues el espectador acaba atrapado por las voces, por los diálogos, y se aleja de cualquier efecto sonoro.
Million Dollar Baby es un retrato a la quietud de la vida, un regalo audiovisual, largos pero ligeros minutos que nos explican la simbiosis del amor. Una película que respira realismo, crudeza y pasión, un film narrado con planos desde el corazón, y sobre todo desde el esfuerzo. Clint Eastwood ha querido optar por un estilo clásico en su realización que no por ello simple. Optó por una temática que pudiese estar ubicada en cualquier época y que nos hiciese reflexionar desde el corazón, encontrando así la intemporalidad. Pues la vida, la muerte, y el sentir…son almas eternas…
Marta Edo Lorrio
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